El despiece: Mus

Mus por Ramón Lluís Bande, 2002

Me ahogo. Ocurre alguna que otra tarde de domingo, pero hoy además es 26 de diciembre y llevo dos días en el pueblo donde crecí y me torcí. Me ahogo y me mareo aturdido por un dolor de cabeza persistente, porque las paredes, los muebles y los sujetos que buscamos un rincón en el decorado de la vida de mi madre existimos en una niebla de nicotina más espesa que la que este año he visto por la ventana. La temperatura cálida en la calle, excepcional, no puede salvar otra visita de fin de semana de silencios y afectos extraviados donde "Navidad" como eslogan solo es un agravante. Empieza a anochecer y vienen a recogerme en un par de horas para marcharme, así que salgo a dar el último paseo del año por unas tierras que no lucen como cuando las miraba con los ojos de un chaval estigmatizado. Ahora, allá donde miro tengo que proyectar los colores de la época en que caminaba por la calle cabizbajo porque nadie me quería; así me ahorro la imagen de un pueblo dejado, hermético y extrañamente envenenado de sí mismo. Recorrerlo hoy es como certificar la derrota de la hostilidad gratuita que había a mi alrededor, pura justicia poética, pero la sensación no me gusta; por eso mientras paseo lo recuerdo tal y como era incluso cuando no fue acogedor conmigo. Empiezo en paralelo a las vías del tren y acabo otra vez en la Plaza Mayor, donde vivía con mis padres hasta que se separaron. Podría mentir y decir que el edificio es una ruina treinta años después, pero ya lo era; mi madre y yo nos tuvimos que marchar en 1993 ante el riesgo de que pudiera tambalearse. Pero sigue en pie. He llegado hasta aquí escuchando el disco El Naval de Mus, un dúo gijonés que se disolvió en 2007. Nunca he estado en Asturias pero estoy seguro de que sus paisajes nada tienen que ver con la tristeza que me inspiran estos que son tan míos. Camino, camino, y cada canción me acompaña como si encapsulase una soledad universal que me abriga, y me doy cuenta: la música está haciendo lo mismo que hago yo proyectando mis recuerdos para embellecer lo que me rodea, y lo deja igualmente en agridulce. Agridulce; la sensación que más a menudo, casi por defecto, paladea el ser humano conforme madura.

Dice la leyenda que Najwa Nimri quería hacer hip hop y Carlos Galán de Subterfuge la juntó con Carlos Jean porque entendió trip hop. Cuando se publicó el debut de Najwajean la primavera de 1998, hasta la revista Popular 1 se hacía eco de la aparición del "primer disco de trip hop que se hace en este país", una frase publicitaria presuntuosa que caló y que Tomás Fernando Flores (Radio 3) sigue repitiendo a día de hoy embelesado. En realidad, la etiqueta que se acuñó para definir las atmósferas elegantes, granulosas y lentas de Portishead y Tricky ya se había utilizado en España para intentar describir la música de otra pareja, Fran Gayo (programaciones, teclados, etc.) y Mónica Vacas (voz), juntos bajo el nombre de Mus desde 1996, cuando ella se sumó a cantar sobre las bases que Fran creaba en casa con una tarjeta de sonido SB16 que se había comprado su hermano. La de Gijón siempre me ha parecido una escena musical fascinante, una cantera ecléctica de artistas comprometidos con el oficio de músico, la creación artística y poco dados a los alardes en favor de una sana camaradería, como siempre he fantaseado que debían ser Boston o Athens en los años 80. Mus aparecen cuando la etapa de mimetismo de lo anglosajón con la que arrancó la eclosión de bandas independientes en los 90 se deshincha, y aunque sus primeras referencias pueden sonar verdes comparado con lo que llegarían a madurar, en ese momento forman parte de la avanzadilla que está haciendo por experimentar en busca del equilibrio entre lo personal, los elementos de su propia cultura y las referencias estéticas, sumando sus hallazgos a los de sus paisanos Manta Ray o Diariu y siendo precursores de la música que definiría los primeros años del siglo XXI en el underground nacional, publicada por sellos como Foehn (Balago, Apeiron) o el histórico que fichó a Mus, Acuarela. 


"Zuna" (1997), "Pigaz" (1998) y "Fai" (1999), todos publicados por Acuarela.

Hay que leer una cita de Fran Gayo en Rockdelux (junio 1998) sobre la canción que abría  Zuna (1997) para entender la génesis de su primer EP: "En 'Nautila' utilizamos un 'sample' de violines (invertidos) de Pergolesi, algo de Chet Baker, la voz de Malcolm X, y los ruidos de la calle que suenan en 'Like Someone in Love' de Björk, aunque también invertidos". Nunca estuvieron de acuerdo con la etiqueta de trip hop y con toda la razón. Tampoco con que se buscase tres pies al gato: "Lo de grupo-concepto no lo entendemos. Hacemos canciones y somos un dúo, como Sergio y Estíbaliz", decía en la misma entrevista. Zuna presenta un temprano perfil de la calidez doméstica de sus grabaciones; la voz de Mónica limitada a misteriosos tarareos sin palabras, ritmos reducidos a lo mínimo, samples de flautas y cuerdas... Cinco canciones con títulos enigmáticos que encierran más paisajes luminosos ('Avec Alfil', 'Dómina', 'Tocade') que inclinaciones dramáticas, más cercanos a la electrónica de alcoba y al post-rock que a Bristol. Tuvo su continuación en otro EP, Pigaz (1998), donde introducen otro de los rasgos que les dio más carácter: la activa recuperación y reinterpretación del cancionero tradicional asturiano, en esta ocasión cuatro nanas envueltas en una electrónica de ritmos más agitados ('Duérmete Neñu Duerme') o simplemente más impúdicos en el plano plástico ('El que Ta na Puerta') que Mónica entona en su lengua, otra decisión a la que se presuponía una intención intelectual que Fran desmontaba en Ultrasónica: "No es una apuesta, somos asturianos y hacemos música en asturiano, es lo lógico"

Cierran la década de los 90 con el álbum Fai (1999), que en retrospectiva supone la consolidación de los descubrimientos de esta primera etapa: desde piezas que se arriman como nunca a lo cinematográfico ('Cande', 'Deliria', la preciosa 'Sebastián' que despide el disco, sostenida en el violín de Lluís García) a nuevas incursiones en la electrónica de ambiente ('La Paura') y los ritmos aderezados con samples que son pura confusión onírica ('Los Dies, Les Coses (Remake)'; hermosa letra: "Aquellos díes qu’al fin pasaron / mordiendo l’aire de la mañana / perdiendo’l tiempu, mal respirando... / cuesta alcordase de tantes coses"). El meollo del disco, no obstante, está en un trío de canciones seguidas con las emociones a flor de piel: 'Dexase Apagar', un desnudo de cuerdas y voz que eleva el espíritu con el crescendo de la segunda parte; 'La d'Amor', delicado cuerpo a cuerpo de Mónica con Nacho Vegas armado sobre un arpegio de guitarra velvetiana de Luis Navarro; y 'Faise Tarde', otra pieza donde la voz y el goteo de notas de guitarra bastan para conmover hasta lo más profundo. 

De algún modo, veo estos tres temas como los faros que señalan a su futuro, que se empieza a perfilar en Alma (2000), un EP que no les dejó satisfechos al ser su estreno fuera del entorno casero, condicionados por el presupuesto y el tiempo de un estudio. Fran siempre habló de él como un ejercicio de transición entre álbumes ("Sabíamos que tras Fai necesitábamos un cambio de eje radical, pero sin saltos bruscos, así que necesitábamos un puente"), pero me parece de sus mejores trabajos, el primero que revisado suena atemporal. Repiten García y Navarro como colaboradores y se suman Iván Palacios al bajo y Frank Rudow a la batería, y esa fuerte presencia de los elementos orgánicos aumenta el alcance emocional de unas canciones que son pura señardá (la nostalgia a la asturiana), pequeños monumentos a la vulnerabilidad del ser humano coronados por la adaptación de la tradicional 'Soledá', que te mece a la lumbre de unos teclados que podrían apagarse como velas pero nunca lo hacen. Las propias 'La Piel' ("Y la piel col mal tiempu, de tanto poner bona cara / foi quedando en cueru, foi quedando en nada") y 'Diariu' ("Díes de ruido y fríu, d'esperar el sol cola impaciencia d'un ceru a la izquierda") no le van a la zaga en altura. Alma confirma su apuesta por desnudar, por economizar para abrazar lo esencial, y que cuanto más canta y cuenta Mónica, más capturan lo intangible del espíritu. Aún aparecerá otro artefacto antes del siguiente álbum, Aída (2001), una propuesta del sello americano Darla dentro de su serie Bliss Out, cuya consigna era: "Crea tu epopeya ambiental. Haz un disco de instrumentales, largo, lento y hermoso". Mus entregaron una serie de movimientos agrupados en dos piezas largas. "Cuando te plantean grabar un disco con una serie de normas, como si fuera un Dogma, con una duración determinada, un número fijo de cortes, sólo puedes tomártelo como un juego". Queda como una curiosidad promovida por la belleza de su fondo de catálogo, que encandiló a Darla, pero su rumbo seguía orientado a la depuración emprendida en Alma

"El Naval" (2002) y "Divina Lluz" (2004), publicados por Acuarela; y "La Vida" (2007), por Green Ufos.

La fotografía de Mónica que Ramón Lluís Bande hizo para la portada de El Naval (2002), el estricto contraste en blanco y negro que también se reproduce en el diseño, resulta perfecto para una música que en las formas parece austera pero que, cuanto más minimalista y más inspirada en el contexto directo de la pareja, más rico luce su fondo y más universal resulta su sentido de la humanidad. "En estos dos últimos años hemos escuchado muy poca música, centrándonos mucho en nosotros mismos: lo que supone pertenecer a familias de clase trabajadora, observar nuestro entorno o el hecho de habernos casado", explicaba Fran en Rockdelux (noviembre 2002). Trabajos como este son los que deben ser cruciales para la cultura de un país; los que rinden sus respetos a los ancestros y a su folclore -lingüístico, histórico, musical- y a la vez vigorizan esa tradición desde una nueva sensibilidad, desde su propia realidad. El Naval nació de reflexionar en aislamiento y Gayo explicó que recogía "una amargura que crece al ver constantemente alrededor de ti cosas que no te gustan. Y también tener mucho miedo al futuro. (...) colectivamente me afecta ver cómo va cambiando Gijón, cómo los barrios están siendo fagocitados por el centro de la ciudad. (...) creo que podríamos hablar de despersonalización si vemos la evolución urbanística de Gijón, cada vez más cerca de ser una ciudad de servicios"

Son escenarios, dilemas, enojos y sensaciones que veinte años más tarde están vigentes como nunca. Las canciones de El Naval desfilan sugiriendo disgustos turbulentos desde la quietud, pero hoy probablemente arderían todas en negro y delante de un mar Cantábrico arremolinado por una violencia magnética como lo hace 'Cuesta', un revés abrasador que te pilla por sorpresa a la mitad del disco, eléctrico como su letra: "Cuesta nun apretar los dientes, duro, hasta sangrar / Colos puños nes mangues sigo mirando pa cruzar, cola boca sellada pol fríu y tanta desilusión". No duelen menos por hermosas piezas que, más cercanas al sonido de una banda ('Embalses y Ríos') o más desnudas ('Al Oeste de la Divisoria', 'Quien Bien te Quier'), hablan de estar rompiéndose y resistir aguantando las lágrimas; o los ambientes que te arrestan en la contenida 'Casi Ensin Zarrar los Güeyos' o los instrumentales 'Casería' y 'Sacramento', donde toca la guitarra acústica Irene R. Tremblay (Aroah). El disco empieza y acaba a ritmo de vals con 'Al Debalú' y 'Encofraos' ("no era una canción sobre la emigración de modo abstracto, hablaba de mi padre, de mi madre, del vacío que mi padre dejaba cuando éramos críos y se iba a trabajar lejos de casa"); los sueños de una vida no tan esclava, menos herida por la incomunicación y las ausencias que se sobrellevan con la resignación cotidiana. 

Habiendo tocado solo dos veces en directo hasta entonces ("básicamente por incompatibilidad con las 40 horas laborales que cada uno de nosotros cumple a la semana"), en marzo de 2003 se embarcaron en una gira americana recién fichados por Darla para publicar sus discos en ese territorio, y un año después reunieron a casi mil personas en Taipei (Taiwan) entre dos noches, cuando acababa de salir su tercer álbum Divina Lluz (2004). Para despejar cualquier idea preconcebida sobre lo espiritual dominando en el disco, Fran explicó en Rockdelux (septiembre 2004) que el título "es el nombre de mi abuela solo que puesto a la inversa", pero la esperanza no deja de estar codificada en unas canciones que siguen hablando del arraigo a la tierra y que miran de cara a la muerte, y a la muerte en vida; un trabajo marcado por las mismas inquietudes que revolvían El Naval. Se les empieza a mencionar a Low como posible conexión en las entrevistas y, más que por un enlace literal en el sonido o en una composición, es porque ellos también alivian las penas abrazándolas primero y articulándolas con una crudeza que lleva al desahogo, a la compañía. "Quizás el 2003 ha sido un año duro, de muchas cuestas arriba, mucho dar y recibir pésames, muchos sustos y mucho pensar y cavilar… y todo eso de alguna manera te pone en un estado de alerta especial, llegas a ser casi como una antena recibiendo señales de cualquier esquina. Dándole vueltas hemos llegado a la conclusión de que, efectivamente, la vida puede enseñarte muchas cosas, pero la muerte es la escuela de mayor calado". Cuentan en esta ocasión con Iker González (guitarras), Manuel Molina (batería y percusión), Jose Luís García (dobro) y Pedro Vigil, que además de tocar el bajo les asistió en la grabación e hizo la mezcla. 

Mus por Ramón Lluís Bande, 2004.

Aun manteniendo una filosofía austera, Divina Lluz refina la dureza de El Naval sonando menos hermético, pero las letras te arrebatan de la misma manera. Encajan dos nuevos rescates de textos tradicionales y los transforman en la solemne 'Sola' (piel de gallina: "Sola soi, sola me llamo / sola me parió mio madre, y sola tendré que tar / hasta que'l mundo s'acabe") y en 'Déxame Pasar', un lamento acústico sobre la necesidad física de honrar a un familiar muerto para curar el dolor. En Divina Lluz se menciona a hermanos, a hijos, a padres; observaciones lúcidas sobre lazos entre generaciones que los años y las vicisitudes ponen a prueba: ahora una mirada de aprobación para la que decide marcharse de su tierra para no ahogarse ('A la Fonte Cada Mañana'), ahora la imagen helada de un niño a quien dicen por primera vez que alguien ha muerto (la escalofriante apertura con 'Escuela Cruda'). En la pieza titular, un esqueleto de frágil teclado y voz, hasta confundimos muerte textual y figurada en una escena que nos informa de un amor descarriado entre una madre y sus hijos. 'La Vuelta' (sobre regresar derrotado de un viaje a otros lares en busca de una prosperidad inexistente) y 'Con un Calendariu na Mano' (la muerte diaria en los trabajos sin descanso) retratan la pena cotidiana de la clase obrera y suenan como caricias de aliento en la mejilla de aquellos que resisten. 

'Déxame Pasar' conecta el hilo familiar y el de la conciencia social con el que me faltaba mencionar, el de las raíces en la tierra asturiana, pues el narrador llora a un hermano minero fallecido en la misma mina. Asturias es el telón de fondo a lo largo del álbum mediante las alusiones al frío y a sus paisajes (atención a 'En la Esplanada' y a 'Pela Xenra Blanca', una canción de folk terrizo que es como una excursión a paso sigiloso, sabiendo que el peligro acecha), pero también por su manera de entender y expresar las cosas. Por eso, porque recogiendo el testigo de la tradición folclórica de su región también están certificando que hay dolores atemporales, el disco tiene como colofón la presencia de José Luis García Rúa recitando un poema propio que aborda muchos de los sentimientos que Mus tocan en el disco. Aunque se resistía por pudor, Fran resumió en una entrevista con Muzikalia quién era José Luis y por qué su presencia era crucial en Divina Lluz"Estamos hablando de alguien que pasó su primera juventud, tras la Guerra Civil, en un campo de concentración en Francia, alguien capaz de sobreponerse a un sin fin de circunstancias adversas consiguiendo ir a la universidad en los años 50, procediendo de una familia no pudiente e ideológicamente perseguida. No sé, nos resulta toda una epopeya ver cómo varias décadas después José Luis ha conseguido ser todo lo que su entorno parecía no apuntar, cómo de hecho consiguió transformar su entorno, crear un caldo de cultivo en nuestra ciudad para que cosas ahora tan elementales como la lectura o el teatro, no estuviesen en mano sólo de cuatro familias con apellido ilustre".

Mus por Marco Antonio Villabrille, 2007.

Pasarían tres años hasta que Mus revelase nueva música, una temporada marcada por el final de su relación con Acuarela -el sello que había editado todo su catálogo hasta entonces- para fichar con la discográfica andaluza Green Ufos, y por el fallecimiento del padre de Fran en enero de 2006. El nuevo material se gestó a paso tranquilo a lo largo de ese año con Pedro Vigil, como el anterior, y fue mezclado por Paco Loco. Más colaboradores se sumaron a satisfacer las necesidades de cada pieza: Manuel Molina (panderos, batería), Xabel Vegas (batería), Sara Muñiz (violas), Pablo Errea (voces)... La muerte más difícil de asimilar trajo consigo la necesidad de abrirse y aligerar un poco el discurso, como desarrollaba Fran en Rockdelux (mayo 2007): "Tiene más sentimiento puesto que lo cogimos como un salvavidas. (...) nos dijimos que si volvíamos a hacer un disco se iba a llamar 'La Vida' porque lo necesitábamos. Necesitábamos que fuese un álbum muy luminoso. La Vida es de luz directa, ventanas abiertas y aire limpiándose. Divina Lluz es de contraluces y ventanas cerradas"

Así fue, se tituló La Vida (2007) y apareció en primavera perfumado por el tono metálico e ingrávido de la autoarpa, columna vertebral de pequeños himnos que desperezan el alma aturdida como 'Per Terres Baixes',  'Dulce Amor', 'Que Me Oscurece', 'Perdieron la Tierra' y 'Ánimas del Purgatoriu' (esos coros), que hacen que me pregunte si alguien dio a PJ Harvey este disco cuando vino a tocar a España en 2007 y fue una referencia de cabecera para su Let England Shake años después. En esas piezas clave Mus vuelven a apuntar a lo esencial y es ahí donde se confunden de nuevo las voces de antepasados y coetáneos. Entre su composición más convencional en cuanto a arreglos ('Cantares de Ciegu') y la que tiene un tono desenfadado inaudito (la bailable 'Una Sábana al Vientu', que retrata la figura del obrero desde la dicha que él mismo valora), la identidad inclasificable de Mus quizás no se sienta tan intensa como antaño, pero su sensibilidad y su sabiduría para invadir las entretelas del corazón está intacta. En la canción que da título al álbum oímos la voz de Ron González, extraída de un documental sobre una comunidad de asturianos que se fueron a trabajar a unas minas de Virginia (Estados Unidos) en la década de 1920. Ron es uno de los descendientes y habla desde el cementerio. "Nos impresionó sobre todo cuando decía que ahí estaban las historias que nunca llegaría a saber de sus familiares. Es como pararse a pensar en toda la parte de nuestra vida que nunca llegaremos a conocer, la que está en los demás y permanece oculta", decía Fran en la misma entrevista citada arriba. "Los sentimientos reales que tienen hacia nosotros, los sentimientos que tienen padres, hermanos, abuelos o algunos amigos y se van a quedar con ellos para siempre porque nunca vamos a tener acceso".

Hay una cita que me ha llamado la atención en una breve entrevista que les hizo Taipei Times en su visita a Taiwan de 2004. Fran está respondiendo y el periodista escribe que Mónica le dice algo, haciendo que Fran la mire sorprendido: "Mus depende al 100% de nuestra relación (...) Mónica dice que si nuestra relación se acaba, la música también. Eso no lo sabía". El dúo actuó por última vez en el festival Primavera Sound de 2007, y un par de semanas después la prensa se hizo eco de un comunicado en el que cancelaban las dos fechas -en Oviedo y Gijón- que tenían a la vista. Se hablaba de "paréntesis en el terreno musical por un periodo de tiempo sin determinar", pero pronto se confirmó que la disolución del proyecto vino dada por la separación de la pareja, como advirtió Mónica ante el reportero taiwanés. La Vida fue el insospechado canto de cisne para una trayectoria que me imagino siendo recuperada por las generaciones futuras, en un siglo, con la misma reverencia histórica y respeto con el que Mónica y Fran estudiaron, restauraron y reinventaron el folclore de su tierra. Los dolores del alma seguirán siendo los mismos.

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