Imperdible: Liz Phair - "Exile In Guyville" (1993)

Mi predilección natural por el trabajo de las mujeres cuando se trata de música prueba que las cuestiones de género no han sido algo que me acomplejara, ni en tiempos donde hacer propaganda de ello -me refiero a la detestable adolescencia- te ponía en una posición difícil. Que mi educación musical empezase a través de las voces de Siouxsie, Nina Hagen o Kate Pierson y Cindy Wilson (The B-52's) debió ser clave para que, de ahí en adelante, nunca me plantease si estaba identificándome con un relato que le pertenecía exclusivamente al género femenino. Ahí fuera, en cambio, la cuestión suele pesar y no hace falta tener una intuición muy desarrollada para darse cuenta de que al hombre heterosexual le cuesta relajarse y hacer suyo lo que está explicando una mujer. Cuando en 1993 se publicó Exile In Guyville de Liz Phair, nada parecía más llamativo que identificar a una mujer de veinticinco años como la autora de unas canciones ahora impúdicas, ahora sarcásticas, que conformaban un autorretrato al que se reconocía una valiosa franqueza casi por unanimidad. Los medios no tardaron en tildar al disco de perfecto manifiesto feminista actualizado para las mujeres de los años 90. Phair fue estudiada bajo el aumento de una lupa y simultáneamente reducida, al asignársele un estereotipado papel de devorahombres que, 1, empequeñecía todo lo que las chicas podían aprender de sus historias; y 2, negaba implícitamente que ahí hubiese algo que le sirviese a un varón.

Cierto es que la línea narrativa del álbum fue alimentada por una situación muy concreta que ella se encargó de explicar sin rodeos, referida desde el título: su constante batalla por ser tratada como una más por los músicos de Chicago (Illinois), que poblaban una escena local en la que -por lo general- se daba por hecho que una chica no sabía nada sobre música, ni merecía tener voz ni voto. Oficialmente, Liz pretendía dedicarse a las artes plásticas, pero llevaba tiempo componiendo y grabando canciones en un cuatro pistas, en casa, prácticamente en secreto hasta que las sacó a la luz bajo el nombre Girly-Sound y se hicieron populares en el circuito de fanzines. Su creciente frustración con la realidad de Chicago la motivó para elaborar un trabajo con el objetivo de demostrar que era capaz de hacer algo artísticamente válido y reseñable. Para rematar el reto y la sorna, se le ocurrió usar como plantilla algo que para los puristas rockeros fuese clásico. Exile On Main Street de The Rolling Stones, uno de los vinilos que tenía por casa su compañero de piso, acabó siendo el elegido: un disco esencial de la historia del rock hecho por hombres, doble además, del que estudió la secuenciación, el inicio-nudo-desenlace, las letras y las intenciones para armar su propia historia (que, asegura, de manera privada respondía o se correspondía canción por canción con el disco de los Stones).

El título Exile In Guyville no solo era un guiño a la obra de los de Mick Jagger, sino que aludía a la canción 'Goodbye to Guyville' de Urge Overkill, banda de Chicago cuyo cantante era una destacada excepción dentro de la necedad a su alrededor. El susodicho, Nate Kato, entonaba en el estribillo que "necesitas alejarte de todos los tíos de Villatíos / solo tú y yo en nuestro propio pueblo / y esta noche estaremos bien", un apunte con un tono de engatusamiento paternalista, pero explicaba Phair que el concepto Villatíos había sido acuñado por Urge Overkill para denominar a "una combinación de rockeros, críticos, bibliotecarios, escritores, músicos... cruzada con la mentalidad de un pueblo de 200 personas, como sería Nawbone, Kentucky. Por lo tanto, ahí tienes la mentalidad cerrada de todos estos tíos muy educados, muy informados que están haciendo lo que hacen los tíos". Reducir todos estos detalles -que daban forma a su discurso a lo largo de 18 temas- a manifiesto-feminista-de-mujer-cabreada-con-los-hombres es un grave error de juicio que, de darse por bueno, privará a más de uno de su sustancioso contenido.

Exile in Guyville no es solo la narración de lo que tenía que aguantar en Chicago. Liz es la voz de cualquiera que no encuentra su sitio en un entorno hostil o donde le tratan con condescendencia, y esa voz pasa por la autoafirmación, la duda e incluso por la curiosidad y la necesidad de estudiar a los personajes que la reprimen. Tiene la suficiente seguridad para soltar frases que fueron poco menos que un escándalo, pero cuando rumia sobre lo que está viviendo se vuelve más humana y subversiva si cabe. Con la ayuda de Brad Wood y Casey Rice consiguió un sonido de rock comedido, sencillo pero imaginativo y amoldable a atmósferas más abstractas (sobre todo en las piezas donde no se añade más que un sinuoso ruido ambiental a la voz y a la guitarra). La pieza inicial deja una inolvidable primera impresión: en '6'1"' sacude a un antiguo rollo al que se encuentra de casualidad, le avergüenza ("Te vendes como un hombre al que salvar / y todo el dinero del mundo no es suficiente") y le despacha con frescura: "Y yo seguí midiendo 1,80 / en vez de 1,60 / y me encantaba mi vida / y a ti te odiaba". La tensión entre esta chulería elegante, el humor sarástico y la desnudez emocional se mantendrá a lo largo del disco.

En el recorrido por Guyville pasamos por sus dificultades para hacerse valer y para llamar la atención ('Help Me Mary', uno de los temas más pegadizos, donde uno se imagina muy bien su situación en Chicago cuando dice "Juegan conmigo como si fuera un pitbull en el sótano", al tiempo que confiesa su estrategia: "Me callo la boca / estudio todos mis movimientos / memorizo sus estúpidas reglas / me hago amiga suya"), conocemos a personajes triunfadores de dudosa autenticidad (el fanfarrón ridiculizado en 'Soap Star Joe'; el alma sensible aupada a una fama inesperada en 'Explain It to Me', una canción adornada por un imaginario sonoro acuático) e inquietantes narraciones de rutina: en 'Dance of the Seven Veils', apoyada en esa guitarra eléctrica que siempre expulsa secuencias de acordes inusuales, toma el papel de una mujer que tiene que tirar de alguien aburrido e inexpresivo; luego, se sienta al piano para lo que es la verdadera anomalía en el disco, 'Canary', la delicada pero brutal disección del malestar que siente una chica que se esfuerza por satisfacer las expectativas depositadas sobre ella desde niña: "Escribo con un lápiz del número 2 / desarrollo mi potencial / (...) Vengo cuando me llamas / salto cuando señalas la cereza / canto como un buen canario". Es el mecánico y triste regusto de la repetición y la creciente pasivoagresividad cuando se siente que todo lo que uno hace nunca es suficiente, rematada con una máxima: "Préndele fuego a todo / Sorda antes que tonta". En 'Gunshy', casi al final del álbum y mediante una atmósfera ensoñadora de guitarra y feedback, explica otra historia de cobardía y conformismo conservador.

Mayor revuelo ocasionaron las letras que se inclinaban hacia lo sexual. Liz se las apaña para ser provocativa dentro de un margen de sensualidad ('Mesmerizing' corona la vertiente más rock del repertorio con palmadas, maracas y un riff malévolo de guitarra) u optando por lo estrictamente soez ('Flower', la cantinela infantil que todo el mundo recuerda la primera vez que escucha el disco: "Cada vez que veo tu cara / pienso en cosas impuras y no castas / quiero follarte como un perro / (...) quiero ser tu reina de las mamadas"); le pone música a un deseo en la sombra (la acústica y breve 'Glory'); describe la soledad del sexo mediante encuentros fortuitos ('Fuck and Run': "Follar y correr / hasta cuando tenía 17 años / Follar y correr / hasta cuando tenía 12") y también se dibuja como alguien dominante ("Me aprovecho al máximo de los hombres que me encuentro / me salgo con la mía, casi cada día"; 'Girls! Girls! Girls!', titulada como una película de Elvis Presley; uno de los varios guiños irónicos a la cultura pop que hay repartidos por el disco).

Conforme avanzamos, nos encontramos con piezas que apuntalan las claves de este estudio sobre sus circunstancias que parece casi un trabajo de campo destinado a servirle al conjunto de la humanidad. El desarrollo instrumental de más de dos minutos con que inicia 'Shatter' invita a la introspección. Es el momento que aprovecha para vocalizar literalmente su empecinamiento por competir con quien no se le permite: "Sé que a menudo no me doy cuenta de lo sórdido que es meterse con estos tíos / (...) No sé si podría conducir un coche tan rápido como para llegar donde tú estás / pero pienso que quizás sí". 'Stratford-On-Guy' se alimenta de imaginería plástica y surrealismo en lo que parece una fantasía escapista, a bordo de un avión, que apunta hacia las ganas que tiene la protagonista de evolucionar, algo que se confirma en el último corte, 'Strange Loop', donde certifica que quiere pasar página. Los giros épicos y el caos discordante entre los instrumentos cierran el álbum dándole una resolución positiva y confirmando el estudiado orden del repertorio.

Su visión artística dio un giro unos años después, cuando se dejó llevar por una curiosidad morbosa e inexplicable por explorar el terreno del pop-rock para las masas a expensas de la calidad de la música y de la integridad que tenía ganada como compositora, pero creando Exile In Guyville dio con algo único que rápidamente traspasó los márgenes de Chicago, los de la década en que fue alumbrado y los del género de su autora, que aún así enmarcó su hazaña -no podía ser de otra forma- dentro del feminismo:  "No es el disco anti-hombres común y corriente. Trata mucho más sobre comprensión, empatía y amor. Y lujuria. Poder ser así de honesta para expresar lo que narices me parezca y que sea recibido es una declaración feminista. Le pido al puto Dios que esto se lo ponga mucho más facil a otras chicas jóvenes que disfrutan grabando en cuatro pistas, para que no se cuestionen si tienen que ser masculinas o femeninas, sino simplemente grabar, y que digan, "Bueno, ¡Liz lo hizo!".


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