El despiece: Orlando


Aunque quiero pensar que es una tontería improbable, siempre me he preguntado cuánto lastró la corta carrera de Orlando el hecho de que su núcleo creativo lo formara una pareja, Ana Béjar (voz, guitarra) y Alfonso Pozo (guitarra), que había dejado en nuestro panorama musical independiente el recuerdo de una actitud prepotente y jactanciosa (también saludablemente ambiciosa) cuando formaban parte de Usura, una banda con la solidez de "los mejores de la clase" -como una vez dijeron en una publicación- en un momento en que la deseada escena aún estaba construyéndose a todos los niveles, recién estrenada la década de los 90. Ya en el siglo XXI, Orlando publicaba -cada dos, tres años- discos impecables, pero más allá de mi encendida visión me parecía que era una banda hasta cierto punto ninguneada; que debía luchar en exceso para ser oída y reconocida con la insistencia de los nombres de siempre. Las reseñas positivas estaban ahí y seguramente ocupen el noventa y cinco por ciento de su archivo de prensa, pero la poca voluntad de los medios especializados para destacarles con cada lanzamiento hacía que me preguntase: ¿dejaron Usura un rencor irreparable en algunos frentes (amigos, propietarios de salas, periodistas, otros músicos) cuando se separaron y ahora había quien se lo ponía difícil a Ana y Alfonso? No lo sé.

La verdad es que Usura desapareció con una risotada sarcástica -hay que leer los apuntes jocosos en una de sus últimas entrevistas- ante un paisaje para ellos demasiado frustrante en nuestro país, inviable para desarrollarse como grupo haciendo ese pop voluble y ruidoso en inglés. Ana y Alfonso se mudaron a Londres a principios de 1994, con la intención de sacar adelante un proyecto musical en un territorio donde todo pudiese ir más rodado, pero se encontraron con un hueso imposible de roer: la endogamia y la celebración patriótica de la escena britpop en su máximo apogeo. A pesar de codearse en fiestas y alcobas con el clan del sello Too Pure y otros ilustres del underground británico, allí nunca empezaron nada estable, así que un par de años después estaban de vuelta en España, instalados en Barcelona hasta 1998 y componiendo canciones de manera más disciplinada de lo que habían podido en el exilio. Orlando se concretó cuando regresaron a Madrid. En el Rockdelux de septiembre de 1999 Javier Blánquez, reseñando su cinta en la sección de maquetas, destacaba que "supera la media en todo", pero desorientaba sobre lo que podíamos esperar de sus nuevas formas al escribir que "visto que los vientos del pop español soplan en otra dirección, sólo remite a una sombra del pasado acaso aún recuperable". Seis meses después de que leyésemos eso, Juanma Mas -amigo y colaborador suyo que ya había inmortalizado a Usura con un sonido sobresaliente- estaba grabando con ellos su primer álbum. Pronto ficharon con Recordings from the Other Site, sello subsidiario de la distribuidora Caroline-Everlasting que había ido ampliando paulatinamente su catálogo.

Las fotografías de insectos, fruta madura, flores silvestres y pájaros volando en desorden que ilustraron las portadas de sus discos en tonos crudos y granosos explican muy bien su espíritu. Lejos de la explosión de pintura acrílica y el gusto por el despiste de su anterior banda, Ana y Alfonso mantuvieron ese tono entre vil y romántico que se les conocía y emigraron con él a un lugar más fragoso, si bien más tradicional y estructurado en la composición, que les devolvía a nuestros oídos más maduros y hábiles para resultar cautivadores, aunque para nada domesticados: Twilight Star (publicado en octubre de 2000) es un paseo monocromático pero inflamado desde el primer tema, 'Feed on Love', una enervante progresión de acordes sobre la que Ana empieza suave y acaba destapándose hosca y apasionada como nunca hasta entonces; como si el amor sobre el que canta la empujase a hacerlo violentamente. Gran parte de la esencia de todo proyecto en el que participa recae exclusivamente en sus interpretaciones: a veces dulzura a secas, sí, pero muchas otras sirviendo sorbos de lobreguez que, como la miel vertida de un tarro, se extienden a paso de caracol. La crudeza de la música le inspiró sin duda el enfoque ardiente de las letras; los instantes de un romance contagiado de desconfianza y de su propia complejidad, físico y turbador. Las guitarras eléctricas, reminiscentes de las tramas que hilaban Thalia Zedek y Chris Brokaw en Come o de la banda con la que Patti Smith cerró los años 90, dominan el paso acérrimo e intranquilo de canciones como 'The Wettest Spring of All' y 'All Gone' en la primera mitad del álbum, mientras los detalles de piano (sobre el que recae el peso de la escalofriante 'Honey Melts', que divide el repertorio) y los medios tiempos seductores de corte más folk, como 'Eyewash Early Morning' o la concluyente 'Bring On the Night', imperan hacia el final no en balde, precedente de sus próximas exploraciones.

Su progresivo refinamiento tuvo la primera muestra en el EP Farewell, que editaron en agosto de 2001 poco después de actuar en el escenario grande del Festival Internacional de Benicàssim. Producido por Tony Doogan (ingeniero en trabajos de Mojave 3, Mogwai o The Delgados), el lanzamiento debía anticipar un segundo disco cuya salida acabó posponiéndose dos primaveras. Quedó demostrado que la intervención de Doogan fue más anecdótica que otra cosa cuando incorporaron dos temas del EP a Grand Silence (2003): escuchándolos mezclados con el nuevo repertorio que produjeron ellos mismos con Javier Ferrás, era evidente que la sofisticación que había adquirido su sonido era una realidad, nada que deberle a un nombre. “Nos llegamos a cansar del sonido tan tremendo, tan tempestuoso y queríamos calmarnos, estudiar un poco más el sonido. Ha sido una huida planificada”, declaraban entonces en Mondo SonoroGrand Silence pasó desapercibido en su día y se vio perjudicado por un problema en algún punto del proceso de masterización, publicándose reventado de volumen, pero queda hoy como su disco más aventurado y extraño, el que tiene más rincones por descubrir. La sensación frente al anterior es casi contraria: aquí, el mayor protagonismo del piano, las guitarras slide sin distorsión y los arreglos cristalinos pintan la imagen de un espacio abierto (basta con escuchar la pieza titular); un ambiente más agradable que claustrofóbico (exceptuemos la sequedad terrenal de 'The Pond') en el que Ana puede sonar tan melancólica y misteriosa como precise sin tener que hacerse oír por encima de su entorno. Su aliento en delicadezas enredadas en el aura de las tres de la madrugada como 'Stay', 'Farewell' o 'All About to Burn' es hechizante, balsámico, algo aplicable también al instrumental con el que abren el álbum, 'Roulette'. Sus letras encierran esta vez algo más inquietante, estudiando la erosión irreversible de un idilio seriamente debilitado. Su lado más retorcido, donde la música apremia el espíritu haciendo espirales, seguía latiendo: ahí están las obsesivas 'Sand' y 'Yet to Come'. Elegancia.


Habiendo abandonado Recordings from the Other Side, que había apoyado tan limitadamente sus trabajos, Orlando entró a formar parte del catálogo del sello asturiano Astro en otoño de 2004 y pronto se anunció la publicación del que no sabíamos que sería su canto de cisne, aunque hoy es más fácil interpretar las señales en todo lo que canta Ana. Songs Before Sunrise (2005) fue grabado con Jesús Martínez a los controles además de a la guitarra y vio la luz un 15 de febrero, esquivando convenientemente el día de los enamorados. Musicalmente volvían a mudar de piel y el álbum suponía un ejercicio melódico esplendoroso, pesando la propia canción más que su inquietud experimental, lo que resultó en su disco más accesible y resplandeciente. Ana y Alfonso mostraron sin pudor su interés en explorar estructuras y arreglos de folk más clásico e incluso nos dejaron husmear un poco en su trabajo de campo de esa era, versionando una reveladora 'Something's on Your Mind' de Dino Valente (conocida en la voz de Karen Dalton a principios de los 70) y, en una edición limitada exclusiva, añadiendo al final del disco tres lecturas a piano y voz de composiciones firmadas por Tim Hardin, Gene Clark y Spirit. 'Something's on Your Mind', ubicada justo a la mitad del álbum, abrevia como una sinopsis para resumir los valientes textos de Ana en esta ocasión; valientes porque todos esos años estuvo cantándole a Alfonso sus reflexiones sobre su vida compartida, y aquí ya se despide con la certeza de que no queda nada, mucho menos el amor físico y espinoso de Twilight Star. Quizás narre algunos instantes a recordar y la suavidad de la música despiste, pero hay múltiples referencias al anhelo por el cambio y a la frustración. "Tenía tantas ganas de irme porque sabía / lo que tenía que hacer / sabía que el hechizo se había agotado / el tiempo cambia cuando las estaciones se mueven", canta en la concluyente 'So Badly', como si se quitase un peso de encima. Más folk y acústico que nunca ('In the Heat of Summer'), más abiertamente vulnerable ('Love to Fade': "Desvaneciéndose más rápido / convirtiéndose en una farsa / Sintiéndome atada por un cinturón"), plácido y hundido en coros lechosos ('Heart of the Glow'), esponjoso como un colchón armado con diente de león (el desarrollo de 'Sweet Time' es simplemente majestuoso)... Así sonaría el romper del día tras el ocaso, habiendo pasado la noche en vela y con más de una decisión tomada. Para Orlando, simplemente, era otro cajón que abrió una pareja con muchas inquietudes e intereses musicales, que tenía la buena mano para sobresalir en las direcciones que sintieran en cada momento. Sin avisar -en cualquier caso, haciéndolo únicamente mediante estas canciones-, desaparecieron.

La sorpresa me vino dada hace unos meses, cuando supe que Ana Béjar se ha reencontrado con otro ex-compañero de Usura, Ramón Moreira, y juntos están dando a conocer varios temas bajo el nombre de Todo, donde han recuperado un poco la espontaneidad y la saludable osadía de quien empieza algo y lo han aplicado a un folk tan hermoso como desfigurado donde Béjar sigue siendo única y reconocible. De nuevo bien acompañada.






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