Imperdible: Thalia Zedek - "Been Here and Gone" (2001)

Cuando alguien se desentiende de ti en una relación amorosa, se da un vacío espeso como la inhalación de un asmático y agitado como una larva. Un cúmulo de energía nerviosa, mezcla de aturdimiento y puro temor, a la que solo das salida escarbando en el pasado con verdadero tesón. En nada, el repaso mental a los recuerdos se transforma en una necesidad física, y no es extraño sorprenderse dando pasos hacia lugares antes compartidos -o que fueron simplemente escenografía de lo cotidiano- en busca de alivio con el solo hecho de estar allí. Es una manera realmente curiosa de aferrarse a lo que ya no existe y pensar que con eso te sientes abrigado. Avanzar nos resulta tremendamente difícil. Escucho cantar a Thalia Zedek en este disco y me la imagino en ese estado que en el fondo nos hace tanto mal; todo ternura pero con una pátina de incomodidad perniciosa. Intuyo su búsqueda de simpatía y cariño, casi mendigado. Oigo cómo formula preguntas duras y explica conductas erróneas. Cómo pide perdón cuando eso ya no puede llevarle a ninguna parte (hacia atrás en el tiempo) y cómo anhela un acercamiento demasiado temprano con quien le ha herido, tanto como anhela reprocharle el abandono. Thalia Zedek, al otro lado de la calle, sabiendo que a las 6:45 la mujer que ha roto con ella saldrá por la puerta de casa como cada día, esperando para verla cinco segundos antes de que gire la esquina; siguiéndola un momento desde la distancia, quizás, en busca de un confort en realidad adverso. Soportando el día gracias a esos minutos de incógnito pero alargando el estertor a cambio.

El aire de autocastigo que se respira en Been Here and Gone (2001) no es un discurso que tenga como fin una reconquista, y su severo autorretrato tampoco es exactamente victimista. Ebria de melancolía, reconoce sus puntos más débiles y los más endemoniados. Asoman sin censura sus malos hábitos, adicciones y obsesiones, rincones indomables de su persona que irremediablemente habían interferido en el sano desarrollo de sus romances. La manera que tiene de desgranar su dolor, mostrando comprensión por lo que podía sentir la otra persona con sus actuaciones y reconociéndose incorregible con la cabeza agachada, debería suscitar un gesto compasivo y afectuoso que ella pudiera interpretar como clemencia para descansar.

El más claro antecedente del primer disco en solitario de Thalia Zedek, de la que hasta entonces se conocía sobre todo su trabajo en bandas de guitarras cuajadas e incisivas, está en la cara B del single Secret Number (1996) de su anterior grupo, Come. En ella reinterpretaron la canción 'Hurricane' a piano y voz, con el añadido de cuerdas en suspense y una húmeda guitarra slide en los últimos compases. A Zedek le sedujo el formato y vio en él una nueva vía para explicar vivencias de carácter más romántico sin alejarse del blues y el quiebro de la corriente eléctrica. Come entregaron un último disco en 1998 y al año siguiente decidieron separarse para llevar a cabo otros proyectos. Fue entonces cuando Thalia empezó a dar conciertos acompañada por la pianista que había participado en la grabación antes mencionada, Beth Heinberg, dando forma a un repertorio que mezclaba nuevas composiciones con algunas versiones. A finales del año 2000 se vio con la confianza necesaria para definir una banda de acompañamiento que incluía a David Michael Curry (viola), Daniel Coughlin (batería), Mel Lederman (piano) y a Chris Brokaw (guitarra y ex-compañero en Come) haciendo aportaciones puntuales. El disco se grabó en marzo de 2001, producido por Zedek con la ayuda de Bryce Goggin en el estudio casero de éste.

El añadido de la batería era algo que la compositora americana temía específicamente, pues se había habituado al intimismo del formato reducido, pero Coughlin tiene un estilo libre y sabe revolotear entre los versos, arrastrarse o adherirse a ellos como trementina. Cuando a la guitarra temblorosa se le juntan el piano y la viola para los crescendos, el resultado es un sonido espacioso y mayúsculo en contraste con la dureza de la narración de algo tan interno, como ocurre en 'Back to School', donde la viola de Curry empieza sonando como una tiza frotada con pulso firme pero despacio, escociendo, para evolucionar en algo más lacrimoso mientras dice: "Tú puedes volver a tu torre de marfil / yo puedo volver a mi bar favorito / porque ahora estoy segura / de que hay algunas lecciones que no voy a aprender nunca / (...) Dijiste que me reconocerías en cualquier parte; yo no soy tan pura". Los reproches a veces arden, como cuando en 'Strong' menciona a una tercera persona ("Vas a ir al infierno y vas a vivir contigo misma / (...) ¿Te dijo ella que te llamé? / pero yo no puedo responder por todo") y en otras ocasiones solo puede reconocerse rendida ante un enamoramiento irresistible, como en la plácida 'Treacherous Thing', un entorno en el que 'Dance Me to the End of Love' de Leonard Cohen -versión en clave cabaretera e invernal que marca el ecuador del disco- resulta una elección lógica y natural.

En 'Temporary Guest' queda claro que la alargada sombra de los excesos y las adicciones tuvo un 80 por ciento de opacidad sobre las relaciones de Zedek en algún momento. La lentitud del tema es vehículo para esa pequeña agonía de angustias y mala conciencia: "Puedes decirme quién creías que era y yo destruiré el resto / Las criaturas del hábito duermen en mi cama / tienen una vida larga, son muy fuertes, y necesitan poco descanso / Si no duermo con ellas, no duermo". La banda tiene la oportunidad de sobresalir y mostrar nervio en la convulsión embriagada de alcohol de 'Desanctified (Full Circle)' ("Grace, ¿me abandonaste solo porque estaba flirteando con el pasado? / Intenté ganarte pero todos mis hechizos cayeron en mi vaso") y de dar un delicado soporte a una súplica de perdón por unas palabras dichas de más en 'Somebody Else' ("Solo estaba hablando mientras dormía / derramando secretos que debería guardar / creyendo que eras otra persona"). 

Me guardo para el final la mención de dos versiones que Thalia Zedek grabó tal y como las concibió originalmente sobre el escenario, con la única compañía de Beth Heinberg al piano: 'Manha de Carnaval', un estándar brasileño escrito en 1959 por Antonio Maria y Luis Bonfa, pone final al disco en la nota adecuada ("En mi habitación y con melancolía, lloro lágrimas de despedida"), pero es su apropiación de la canción '1926' de una efímera banda de Boston (V, que publicó un único EP en 1981) la que mejor refleja esa nostalgia sin remedio. La despoja del destartalado arreglo original dejándola en un hermoso trenzado de guitarra alambrada y piano, le brinda una melodía más triste, definida y memorable, y hace que esa letra sobre el reencuentro con una amante después de muchos años adquiera un tono solemne y devastador: "Te vi más vieja, como si la muerte hubiera estado en tu cara / (...) Has matado de hambre a tus teléfonos, ahora tus sirvientes no pueden darte mensajes / (...) Solíamos ser amantes hace mucho tiempo / Tu Dios me odia, no puede sentir mi carne / me deja jadeando como a un perro al filo de tu cama"

Para escuchar en Spotify:

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