Imperdible: Björk - "Post" (1995)

Antes de que la trasladaran a la calle Príncep de Viana a mediados de la década pasada (donde murió unos meses después), la tienda de discos Satchmo estaba en un estrecho local de la calle del Carme en Lleida. Le llamaban "El séptimo cielo", haciendo un poco de trampa, pues se referían a cada una de las plantas que tenía aunque eran minúsculas y estaban separadas entre ellas por a penas cinco o seis escalones de cristal grueso y sucio. Era, sin duda, la mejor tienda especializada de música que había en la ciudad, y por ello me fascinaba y me aterraba a partes iguales. Iba mucho; todos los fines de semana que visitaba a mi padre antes de cumplir los trece y a partir de entonces también algún día al salir del instituto, ni que fuera a curiosear y a pedir deseos. Cuando tenía que pedir que me encargaran un disco que no estaba en la tienda era un calvario. Si podía tiraba de mi madre, a la que hacía entrar con una pregunta ensayada y conmigo detrás; si no, me apuntaba en un trozo de papel los títulos de los discos para enseñarlo y ni tener que pronunciarlo. Así de misteriosamente pedí referencias sobre las que he escrito aquí de Throwing Muses, Blake Babies o Liz Phair cuando era un adolescente. Unos años antes, cuando tenía once, fui a Satchmo una tarde de septiembre y me compré mi primer CD de Björk. Di vueltas, lo cogí, me planteé cómo bajar a la caja y pagarlo. Post (1995) era precioso; era la misma edición limitada en digipack que había visto en El Corte Inglés de Barcelona en junio, poco después de que saliese a la venta. Por entonces un disco de Björk podía ocupar dos expositores enteros de un centro comercial y agotarse en pocos días. Grabada con solidez cinematográfica tengo esa primera visión multiplicada de la portada, y también lo que ocurrió en Satchmo el día que me hice con él, pasado el verano. Dejé Post sobre el mostrador de la planta baja, deseando acabar lo más rápido posible, y mientras sacaba un puñado de monedas envejecidas de una cartera estampada con fotos de Madonna, quien me cobró me dijo: "¿Esto es para ti? ¿Te gusta esta mujer?". Estaba mortificado, tanto que no pude interpretarlo como una gratificante sorpresa por parte de aquel señor al ver que un crío se compraba ese disco; lo leí con un tono de desacreditación y mofa que seguramente me traumatizó para compras posteriores. Timidez, que rima con estupidez.

"Mientras que Debut era un grandes éxitos de los últimos diez años, Post era el reflejo de los dos últimos. Para mí, todas las canciones dicen "Escucha, así es cómo me va", y por eso lo llamé así, porque siempre remito las canciones que me rondan por la cabeza a Islandia en una carta. Fue un gran salto para mí marcharme a vivir lejos de todos mis parientes, mis amigos y todo lo que conocía".
Björk; Raw, 17-30 de enero de 1996

Para la portada, la misma Björk se metió en un sobre de correo aéreo ante el objetivo fotográfico de Stephane Sednaoui. Su rostro irradia firmeza y sensualidad, el reverso de la chica retraída y con mirada expectante -ese gesto con las manos sobre la boca- que veíamos en la imagen que capturó Mondino en tonos tierra para la carpeta de Debut (1993). La ráfaga de ropajes fucsia y naranja a sus espaldas la envuelve, no la engulle; es la vivacidad de una urbe (Londres) en la que se encuentra cómoda viviendo su aventura, palabra clave ésta última para describir la mutabilidad y aparente inconsecuencia de las once canciones que incluye Post. El eclecticismo ya estaba en las células madre de su primer disco, donde uno saltaba de una suerte de house contenido a piezas en las que la voz solo se acompañaba de un arpa o de deformes arreglos de viento. Tratándose de Björk (cuyos devaneos anteriores habían pasado por la canción melódica, el after y post-punk, las improvisaciones a partir de estándares de jazz o el pop con barniz indie) la versatilidad no era una cualidad exactamente novedosa, pero sí que llamó la atención poderosamente que un mismo trabajo mostrara tal ausencia de prejuicios en el menú. Debut transcurría con cariño entre lo exótico, lo ensoñador y lo metropolitano, y su segundo trabajo le tomó el relevo subrayando el contraste, asumiendo mayores riesgos.

 
La pluralidad yace en el corazón de Post. Después de este álbum Björk tendió a atar sus trabajos en conceptos menos dispersos, con un objetivo muy definido y sólido, particularmente los tres siguientes: el heroico Homogenic [1997], yuxtaposición de cuerdas y ritmos crudos llevada al extremo; el recogido Vespertine [2001], micro-beats reminiscentes del sonido del hielo y las hojas secas rompiéndose; el opaco Medúlla [2004], presencia casi exclusiva de sonidos hechos con el cuerpo humano. En Post su extrovertido estado de ánimo se hace físico en la música: sus salidas nocturnas a varios clubes de Londres, la agitación propia de alguien que está absorbiendo muchas cosas a gran velocidad, su innata voracidad como rastreadora de sonidos y consumidora de discos... A la vez, se detiene como siempre a prestar atención a una profundidad emocional que la hace singular y la desmarca de la extravagante imagen de mujer aniñada que propagaron los medios. Nellee Hooper, responsable de la producción de Debut, repitió como su aliado de mayor confianza pero su visión se vio ampliada por los escarceos de la artista islandesa con Tricky, Howie B y Graham Massey, junto a quienes compone y produce, y con Eumir Deodato, arreglista y compositor a la cabeza de una lista interminable de involucrados y colaboradores.

Habiéndonos quedado en suspense tras la morriña solemne de 'The Anchor Song', tema que cerraba Debut, el inicio de Post con 'Army of Me' resulta excéntrico y brutal. Porrazos de teclado, ritmo marcial, explosiones controladas, la voz de Björk dividida entre el misterio y la advertencia... Un contaminado ambiente industrial inseparable de la imagen de la cantante conduciendo un enorme camión en el video-clip, una vez visto. Es la primera de las colaboraciones con Graham Massey que dejó archivadas en 1991 por estar demasiado verdes y que deconstruyeron aquí. La segunda es 'The Modern Things', a la que alejan de las programaciones gélidas de la versión primeriza (puede escucharse en la retrospectiva Family Tree [2002]) y arrugan con pliegues desordenados, añadiendo una batería sucia que late bajo los arañazos del vinilo. Empieza despacio como un cuento sobre cómo las cosas que nos rodean a diario, esos inventos que nos han hecho la vida más fácil, habían estado esperando en una montaña a que desapareciésemos todos para tomar su lugar en el mundo, y por el giro tenebroso que toma la música, cabe imaginarse más una batalla horripilante que una conquista paciente. Su animada versión del clásico de Hans Lang y Bert Reisfeld 'It's Oh So Quiet', muy fiel a la popularizada por Betty Hutton en 1951, queda como un capricho resuelto espléndidamente, una bisagra para adentrarse con Tricky en el territorio más oscuro y rudo de Post, 'Enjoy': los elementos frotándose como si tuvieran que hacerse sitio, la adrenalina por las nubes y esa mención del título en caída libre que es pura liberación. El artista de Bristol declaró a la revista Vox en 1995 que esperaba rematar lo que habían grabado domésticamente en un gran estudio, pero ella prefirió dejar los sintetizadores en carne viva y con la respiración ahogada. Es un trance acalorado entre distorsión y redobles, trompeta enloquecida y la voz de Björk enviada por un viejo fax, desatada ("¿Cómo puedo ignorarlo? / Esto es sexo sin contacto / Voy a explorar / En esto estoy solo para disfrutar"). Más lunática, simpáticamente disparatada, se muestra en 'I Miss You', compuesta con Howie B y con una misma intención poco pulida. El ansia inexplicable provocada por desear conocer lo desconocido inmediatamente se despliega en salpicaduras tropicales, cada vez más febriles hasta que desembocan en un desenfreno bailable y extático.

Más allá de esto, el disco incluye dos monumentos incontestables de su cancionero, ambos arreglados orquestalmente por un Eumir Deodato sublime: 'Hyper-Ballad', henchida de amor, mecida entre pequeños sonidos extraterrestres y el zarandeo de la arena de un terrario fluorescente, mantiene el suspense y la quietud de una madrugada en las estrofas para subir el apasionamiento en un estribillo tan trágico como romántico, con un epílogo house; e 'Isobel', una fábula sobre una criatura solitaria que forja su autarquía en el bosque, que late con una presencia plástica coloreada por el mini-traqueteo tribal del ritmo y el ensueño de las cuerdas. Realmente, hubo una época en la que Björk enriqueció el género pop con modos nada ortodoxos, algo que se distingue de su trabajo más reciente en que su motivación ya no parece ser  -son sus propias palabras hace quince años- "escribir la canción pop perfecta", y quizás es porque se ha dado cuenta de que ya lo hizo en un puñado de ocasiones. Deodato también dirige los arreglos de 'You've Been Flirting Again', una frágil melodía vocal arropada por diferentes acordes en cada una de sus tres estrofas hasta que al final uno se imagina un plano cinematográfico en el que la cámara gira en círculos acompañando a una Björk abrumada y con los ojos cerrados. Al igual que en 'Cover Me', una canción minimalista y fantasmagórica dentro de una cueva habitada por murciélagos (ahí la llevó Nellee Hooper a grabar la voz), ella misma se encargó de la producción. Son los momentos más intimistas -o por lo menos, los más recogidos- junto a 'Possibly Maybe', otra pieza de altura con una rica imaginería visual. Un monólogo reflexivo sobre una relación anhelada y la incertidumbre que conlleva. Cada estrofa parece centrarse en un sentimiento hasta que al final un cambio de clave en la partitura parece indicar el paso de los años, como un salto en el tiempo de película, sellado con los versos "Desde que rompimos vuelvo a usar pintalabios / me humedezco la lengua en tu recuerdo".

Para poner punto y final al álbum, vuelve a aparecer Tricky. Björk escribió 'Headphones' como agradecimiento a Graham Massey por las cintas de canciones variadas que le grababa y con las que ella solía dormirse. El trazo enmudecido de la percusión plasma la intimidad de ese pequeño ritual que supone meterse bajo las sábanas con los auriculares puestos, en la oscuridad. Es un pequeño homenaje a la música en sí misma, a disfrutarla uno por su cuenta y a la excitación de escuchar algo por primera vez. Los años me han dado la perspectiva y las palabras para ordenar mis sentimientos y sensaciones, pero me sorprendo después de unas cuantas horas ante este texto: el entusiasmo primerizo que me colmó la primera vez que me puse este disco permanece imborrable.

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