Tarde o temprano: Grinderman - "Grinderman 2" (2010)

Hay proyectos paralelos y proyectos paralelos. Ser líder de una banda de pop, por ejemplo, y sacarse de la manga un disco de jazz progresivo con otro nombre es un caso que podría servirnos para explicar el concepto a un alumno de primaria. Otras veces, los límites son más suaves y la motivación detrás de estas aventuras no es hacer algo radicalmente diferente porque sí, y explicar a ese niño que “esto es una piedra y esto es un melocotón” si la piedra tiene la forma del melocotón igual no sería tan sencillo. Kristin Hersh me decía hace poco que en sus discos en solitario, por mucha instrumentación que hubiera, podías encontrar una intimidad que no había en los discos de sus bandas. Apliquemos eso, pues, a lo que sucede con Nick Cave (voz, guitarra): en Grinderman se da un énfasis a la electricidad y a lo indómito que a lo mejor no se encuentra hoy en día en los trabajos de Bad Seeds. Al menos esa es la idea que se vende, ratificada por toda la imaginería que culmina en el uso de tipografía gótica y ese lobo enseñando el canino izquierdo en la portada de este disco. Sin embargo, creo que Grinderman es sobre todo una etiqueta que inspira a Cave y a los suyos para trabajar en una dirección concreta, y ni eso puedo afirmar con rotundidad sin sentirme un poco hipócrita: no todo lo que suena en Grinderman 2 (2010) son salvajadas de las cavernas, no tropiezo con restos de cartílagos en todos sus recovecos y no creo que en los discos de Bad Seeds haya habido una ausencia total de bríos peligrosos últimamente que le haya llevado a abrir una nueva veda por la que hacer el sinvergüenza, así que tampoco nos sirve Grinderman como denominador para clasificar un estilo de composición muy concreto del artista. Para mí Nick Cave es la misma bestia actúe bajo un nombre u otro; su sexualidad no solo existe cuando canta las palabras “lobo”, “lengua” o “serpiente”, de la misma manera que puede ser terriblemente elegante sobre un estrépito de furiosa distorsión. Grinderman 2 es simplemente lo mejor que podía ser: otro notable disco firmado por un autor que cuenta con muy pocos agujeros en su trayectoria. 

Las imágenes de criaturas insólitas y electrógenas pueblan las narraciones del primer tercio del álbum con el claro objetivo de conducirnos a un estado de sobreexcitación, especialmente el retrato del chico que acompaña fascinado a su hermano (un hombre-lobo fuera de control) por toda la ciudad, dejando víctimas a su paso, en 'Mickey Mouse and the Goodbye Man', y la verdad es que cartas marcadas como los aullidos (la propia historia, de hecho), un bajo sin lijar que crece a trompicones hasta descolocar como el sonido de rasgarse bruscamente la ropa aumentado mil veces en hercios, funciona a la perfección. La fascinación del protagonista sigue en los otros dos temas que completan este segmento pero el objeto de deseo son mujeres de extraño atractivo, atributos también animales y hogueras por melena. 'Worm Tamer' suena urbana y apasionada, pero 'Heathen Child' –con ese paso funky y esas imágenes de una envenenada niña pagana chupándose el pulgar en una bañera, explicando cuán pagana es- es uno de los mejores momentos, mezcla de humor, seducción, suciedad y (hay una bañera de por medio, lo he dicho) pureza. 

Gracias a este atracón de adrenalina, los contrastes que se dan en la partición central (por algún motivo, este disco funciona para mí en tres partes) son una agradable sorpresa: 'When My Baby Comes' suaviza la exposición y caben en la fotografía sonoridades más acústicas, percusión y violines, y justo cuando parece que va a desvanecerse repitiendo el estribillo, el tempo da un giro (pesado, turbulento) y cae sobre el oyente como un saco de arena. Más interesante es el juego antagónico que se da después: Cave reflexiona en un crujiente paisaje nocturno que podría hacernos caer en un plácido sueño en 'What I Know' y, acto seguido, ataca en 'Evil' desvariando como un hombre enloquecido por una enfermiza obsesión. Es la primera vez en todo el álbum que las guitarras suenan como si se cortaran troncos enormes en una fábrica industrial. En el tramo final, el pulso sexual toma forma insinuante en 'Kitchenette' (“Meto la mano en tu bote de las galletas / y rompo todos tus hombres de mazapán / porque te deseo”), un blues en el que intenta convencer a una mujer casada de que su relación está muerta; y aún guarda una última baza inesperada llamada 'Palaces of Montezuma', romántica y tan cercana a un pop bienintencionado que cuando suena por primera vez uno se pregunta si está escuchando el mismo disco, aunque el sentimiento no anda lejos de canciones radiantes de los Bad Seeds como 'Breathless'. 

Técnicamente, la habitual excelencia instrumental (qué decir de Warren Ellis, Martyn Casey y Jim Sclavunos) y producción de Nick Launay, un hombre que ilumina todo disco que toca dotándolo de texturas nítidas pero nunca domesticadas. La misma esencia de Grinderman.

(*) Reseña encargada y publicada por I Like Magazine (número 12, noviembre 2010), destacado como disco del mes.


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