Tarde o temprano: Marina Gallardo - "The Sun Rises In the Sky and I Wake Up" (2017)

Hace justo diez años, Marina Gallardo debutaba en Foehn Records con un disco que inauguraba una canción nerviosa y alucinante donde mencionaba la ausencia de luz: “Acostada en el apartamento / donde ninguna luz se alinea con tu mente”. A los pocos meses empezaron a prodigar en la prensa musical informes en los que se hablaba de una nueva hornada de cantautoras en nuestro país, una vez más agrupadas por su sexo y cosidas juntas por un hilo finísimo, implicando que todas pertenecían de alguna forma al género folk. Eran días en los que también los medios no especializados se hicieron eco, cuando el fenómeno comercial de Russian Red ocupaba la página principal de un artículo y a su alrededor figuraban apuntes biográficos de artistas como Alondra Bentley, La Bien Querida o Tulsa, e incluso -siendo más desconcertante si cabe- de veteranas que ya habían probado de sobra su individualismo como Lidia Damunt, Ainara LeGardon o Anari. A Marina Gallardo se la podía encuadrar en el folk con la misma flexibilidad que se usaría para esas dos últimas ilustres, teniendo en cuenta que lo acústico estaba en constante fricción con la electricidad, la textura y, en su caso particular y al menos en la mitad de ese primer álbum, con una fuerte fascinación por las atmósferas tenebrosas. Por todos es sabido que en general poco tenían que ver unas autoras con las otras, pero la óptica de Marina -que se había reencontrado con la guitarra un par de años antes de su debut discográfico, tras abandonarla de pequeña- era especialmente insólita y rica.

Working to Speak (2008), un disco en el que nombra el Red Apple Falls de Smog en un texto y lo reverencia en la música de temas como ‘Moon’s Wolf’ o el que le dio título, fue una explosión de ideas provocativas en la producción, arañazos de níquel cuyas gotas de sangre se ponían a secar al sol. Repitió con Paco Loco para co-producir Some Monsters Die and Others Return (2010), reinterpretación minimalista de esa curiosidad inicial; uno diría que menos indómita, pero su intimismo lúgubre ahondaba en sus reflexiones más existencialistas y, entre las hojas secas, el blues ácido y paticojo de la memorable ‘Golden Ears’ sentaba precedente para lo que estaba por venir. Con una banda consolidada a lo largo de 2010 y 2011, This Is the Sound (2012) registraba la solidez de unos arreglos trabajados en directo para un repertorio concienzudamente psicodélico. "Las referencias fueron básicamente los discos de King Tubby, Can, Serge Gainsbourg, John Lennon y John Cale. También usamos referencias de hip-hop para el sonido de ciertas baterías", explicaba. Volvía a dejar pistas de sus intenciones futuras, desde la permeabilidad de las melodías vocales a la influencia andaluza hasta los gruesos graves de ‘The War Inside’ o el acento rítmico de ‘The Swimmer’. Acabada la gira de conciertos, Marina se encerró para estudiar cómo incorporar en su música la electrónica y los sintetizadores, por los que había aumentado su interés. Björk dijo en 2001 que cuando empezó a cocinar Vespertine en casa lo hizo para crear un álbum introvertido e invernal. Marina Gallardo, en cambio, usó el ámbito doméstico como base de operaciones para expandir su sonido a niveles cósmicos y sumarle un color blanco cegador.

La década de evolución resumida en el párrafo anterior nos lleva hasta una nueva alusión a la luz en la canción que abre The Sun Rises In the Sky and I Wake Up (2017), muy distinta a la del primer álbum. “Abraza la luz”, canta en ‘White Glare’. Los sintetizadores asoman como fogonazos de glicerina que se evaporan en su encontronazo con los ritmos, helados como témpanos, y la rodean en una neblina de espiritualidad más positiva de lo que se había permitido hasta entonces. Raúl Pérez fue su cómplice en la producción de This Is the Sound y el tándem repite aquí sin repetir nada, acaso solo el hecho de conseguir un resultado impecable y altamente estimulante. La elaboración de los ambientes y la selección de capas lleva a la música a llamar a las puertas de lo extrasensorial. Así, una pieza serena como ‘Moonphases’ parece guardar el enigma del éxtasis, codificado con el vértigo del deseo y la fantasía de sentir la piel rozada por sorpresa, mientras ‘Sparkle Eyes’ despliega, mediante sonidos satinados, un misterio de mirada arábiga, como si el Camera Obscura que John Cale le produjo a Nico fuera revisado en el siglo XXI. Y desde los textos, una intención también más constructiva dentro de su estilo. Marina maneja la economía de las palabras con un plan de austeridad que funciona creando intriga gracias a su precisión, como ella misma ha declarado: "Suelo ser muy conclusiva. De hecho, mis poemas han sido siempre como haikus. Siempre he sido muy concisa".  La música acaba de colorear lo que nos sugieren sus escuetos versos: en ‘Beach Sand’, la urgencia de la sección rítmica añade estrés a la entristecedora idea de la inocencia irrecuperable; en 'Touch' nos lleva de excursión en un vehículo armado con un bajo, unas líneas delgadas de guitarra y unos repetidos cantos de sirena. Pero hay momentos en los que las sensaciones tienen nombre, miga y trascienden esa sugestión, haciéndose palpable el alivio en 'Vanishing Fears' (esas refrescantes cascadas de las aguas de Slowdive) y una vulnerabilidad que te rompe el corazón en 'Flowers'. Quizás la mejor manera de ilustrar el calibre del bálsamo sea con la revisión que hace de un tema de su segundo álbum, 'Climbing the Walls': originalmente era una pieza sucinta, como una melodía de folk oriental, que a través de los directos -donde la banda la reservaba para sus improvisaciones más abiertas- fue mutando hasta concretarse lo que escuchamos aquí, algo tan expansivo y centelleante que ha tenido que retitularla 'Climbing the World'. 

Marina Gallardo ha logrado retener la esencia de su carácter y su discurso en un entorno virgen para ella. Cuando un artista toma ese tipo de riesgo y se prueba eficaz y sobresaliente, ¿acaso no ha abierto la puerta a la infinidad de posibilidades a las que puede aspirar dejándose llevar por su instinto? La misma hazaña triunfal es una carta blanca. El blanco regenerador de este álbum, conquistado y multiplicado hasta el infinito.


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