Imperdible: Lydia Lunch - "Queen of Siam" (1980)

Perdidas en un documental que produjo el canal ARTE en 1997, titulado Degeneration Punk, están las imágenes más antiguas que seguramente existan de Lydia Lunch -también inolvidables-, filmadas en abril de 1977. En el descanso entre dos conciertos de Dead Boys en el club CBGB's (Nueva York), una periodista husmea entre la audiencia y da con una Lydia sonriente y encantada de mirar a cámara cada vez que le responde con una grosería. La más sonada, cuando le pregunta qué era lo que había lanzado a los miembros del grupo mientras tocaban: "Eran tampones usados; genuinos, frescos. ¿Por qué se los he dado? Porque en el segundo set se los van a comer" (después, Stiv Bators los enseña a cámara y se los mete dentro del pantalón, sin entender nada la reportera). En un documental de los tantos que usan como chasis el desarrollo de la carrera de Sex Pistols para explicar qué fue el punk, y donde incluso las mujeres más influyentes del movimiento tienen un papel anecdótico que a penas suma cinco minutos de metraje, no es de extrañar que Lydia Lunch sea reducida al chascarrillo insolente de una groupie. Más interesante hubiera sido contar que su grupo Teenage Jesus & the Jerks debutó el mismo 1977, demoliendo textualmente lo que acontecía a su alrededor e iniciando junto a otras bandas igual de osadas uno de los movimientos contraculturales más temerarios de la historia, el no wave. Por supuesto Lydia diría que ella no tenía nada que ver con el punk, al fin y al cabo: "Yo pensaba que el punk era música asquerosa tipo Chuck Berry amplificada para tocarla el triple de rápido. No me gustaba la estructura de los acordes ni que usasen acordes", decía en 1997. "Siempre me consideré anti-punk. (...) Creo que [las bandas de no wave] lidiaban con la locura personal y el punk rock inglés lo hacía con la locura social. (...) Nosotros intentábamos sobrevivir y que no se nos llevasen al sanatorio".

La gestación de este Queen of Siam (1980) solo se entiende desde un inconformismo incorruptible como el que siempre ha distinguido a Lydia. A los catorce años, huyendo de un núcleo familiar en el que ya se había enfrentado a su padre por abusar de ella sistemáticamente, visitó Nueva York por primera vez pero se dio cuenta de que tenía que ahorrar si quería quedarse. Y quería. A los dieciséis volvió y no se hizo amiga de cualquiera, sino de Alan Vega y Martin Rev (Suicide) y de Willy DeVille, responsable de su apellido artístico ("Solía traerle comida de mi trabajo al CBGB. Él gritaba: 'Es LYDIA con COMIDA [Lunch]'"). Suicide era un ejemplo temprano de terrorismo sonoro sin parangón, y conociendo pronto a otras bandas que deformaban su sonido como DNA supo que su deber era contribuir a dar una rotunda réplica a la élite de la escena local (Television, Patti Smith, Talking Heads), para ella demasiado acomodada y más vinculada al rock clásico de lo que se permitían admitir. En Teenage Jesus & the Jerks tocaba la guitarra eléctrica como quien clava un estilete, alternándolo con la aprensión que lograba provocar deslizando un dedal de slide por las cuerdas. Apenas grabaron veinte minutos de música, divididos en una docena de canciones cronometradas en segundos, y su minimalismo creó escuela entre colegas y futuras generaciones. En el grito torturado y el estrépito de 'Babydoll' y 'Burning Rubber' está el esquema de lo que fueron Babes In Toyland una década después, por ejemplo.


Es evidente que el movimiento no wave era más vanguardista que el post-punk británico en su uso de la abstracción, y del primer punk era directamente la antítesis. Los creadores surgidos en esa escena -y hablo también de cine, fotografía, pintura y poesía- no temían articular mediante el arte las emociones más desagradables que siente el ser humano. Lydia Lunch ha dicho que para ella la música no es más que un disparador para difundir lo que más le ha interesado siempre, la palabra, y en ese campo siempre se ha ofrecido para acompañar a todo el que abraza con honestidad su lado más visceral y socialmente censurable, lo mismo que para señalar y humillar a los verdaderos aniquiladores de nuestra especie. En 2016 explicaba: "Intento analizar la situación conforme la documento, no solo quejarme... Así que la validez está en que voy tan lejos como puedo, llevándolo al extremo con completa intensidad y compasión. Sería una mentirosa si empezase a hablar de las flores y el sol. Una puta mentirosa  -lo cual no significa que mi vida sea drásticamente miserable, no lo es, pero tengo consciencia. Veo lo que ocurre y veo cómo la gente se jode en su vida privada todo lo que no la jode el gobierno y cualquiera que esté en una posición mejor que la suya". Lunch libera la culpa de pecados capitales como la lujuria y la gula y te asegura que no eres una persona inmunda por desear sexo sucio, orquestar tu ira o explorar la repulsión. "Siento un deber, una vocación y una conexión antigua que va del arte de la palabra hablada, al pregonero, al pájaro de mal agüero, a la Nostradamus del no wave que soy yo. Y eso lo digo con un poco de sarcasmo pero va muy en serio".

Intrépida como para agotar rápidamente la vida de cada proyecto sin remordimientos, el primer álbum a su nombre tenía que ser naturalmente algo que se alejase de los mordiscos con saña de Teenage Jesus & the Jerks. "Estábamos ahí para destruir la tradición y la convención de lo que había antes, y básicamente como artista me veo más dentro del surrealismo, semejante a los dadaístas y los situacionistas". Lo más subversivo que podía suceder era que valorase la sugerencia de Michael Zilkha, co-fundador de ZE Records, para abordar su música desde un ángulo más seductor y fácil para el oído, sin faltar a su singularidad. Era la esencia de la filosofía de su sello discográfico, que estaba fichando a talentos de la órbita no wave y animándoles a experimentar con su estética, sacando de muchos sus trabajos más reconocidos e incluso temas pegadizos dentro de la estrambótica habitual. Lunch explicó que se dejó guiar por su instinto y se le ocurrió dar cabida a piezas que fuesen como canciones de guardería cantadas por "una niña pequeña enferma" y juntarlas con otras interpretadas directamente por una gran banda de jazz. Andaba fascinada con los dibujos animados antiguos y a través del productor Bob Blank consiguió que Billy Ver Planck, responsable de la música de Los Picapiedra, colaborase con ella como arreglista y trajera a su orquesta. Mezclar algo así con las aportaciones de músicos de un universo desconocido para ese veterano del jazz, como el guitarrista Robert Quine (Richard Hell & the Voidoids) o el multi-instrumentista Pat Irwin, no tenía precedente.

Una de las palabras que más se ha utilizado para hablar de Queen of Siam es cabaret, referencia inevitable para este conjuro de sombras, big band, sensualidad y cine negro, y adecuada porque las canciones se suceden con la potencia visual de los números de un espectáculo; solo tenemos que imaginar aplausos dispersos y el ruido del hielo volcándose en los vasos aquí y allí. A la vez, diría que escucharlo es algo tan íntimo como ver a Cecilia Roth bailando para Eusebio Poncela en la película Arrebato (Iván Zulueta, también de 1980), disfrazada de Betty Boop ante un proyector sin diapositiva; un cruce de candor, alucinación, humor e interferencias psicológicas con diferentes grados de violencia. De hecho, escuchar cómo la guitarra eléctrica se retuerce en partituras de Ver Planck como 'A Cruise to the Moon' o 'Knives In the Drain' ("Ennegrezco las paredes conforme sufro mi juventud / tengo cáncer de nacimiento y me pregunto de qué me sirve") es como ver a la propia Betty Boop deambulando por callejuelas regadas de orín en cuyas alcantarillas se derrama la sangre de navajazos alevosos. Bob Blank recuerda que "le dije: 'Genial, ahora tenemos que traer los instrumentos de cuerda y rematarlo'. Y ella dice: 'No, no, traeremos a Robert Quine. Le damos la vuelta a la cinta y hacemos que toque él'. (...) Nunca le estaré más agradecido porque fue como presidir un disco de Peggy Lee". Lunch buscó que el concepto se viera correspondido en el envoltorio, como explicó el fotógrafo George DuBose en el libro Outside the Lines: "La idea del espejo fue de Lydia. Me enseñó un libro, Glamour Portraits of the 30's, y en él había un retrato de Lucille Ball que quería que copiase", pero por supuesto llevando un vestido de cuero de cuyo busto sale un puñado de clavos.

El extra de ironía, que no desentona en este desfile de inusuales varietés como la comedieta 'Carnival Fat Man', lo aporta la versión de uno de los temas más populares de Dusty Springfield, 'Spooky'. ZE Records ya había publicado versiones pervertidas de 'Fever' (rebautizada 'Tumour') en la voz de Lizzy Mercier-Descloux y de 'Drive My Car' (The Beatles) en la de Cristina Monet-Palaci. "Me pidieron que grabase 'Spooky' como condición para hacer el disco", reveló Lydia en 2013. "Era una canción terrible, ¡y a todo el mundo le gusta!". Queen of Siam tiene incluso un personalísimo ejemplo de mutant disco (así se empezó a etiquetar al repertorio bailable que salía de ZE) en la frenética 'Atomic Bongos'. De distinta naturaleza es la otra versión elegida, el clásico 'Gloomy Sunday', polémico desde que Billie Holiday lo popularizase en los años 40 por la idealización que se hace del suicidio en la letra. Había escuchado interpretaciones de este tema por Sinéad O'Connor, Björk o Marianne Faithfull, todas con el acompañamiento de una orquesta para acentuar el melodrama, pero ella lo deconstruye, prescindiendo de la melodía en favor de recitar los versos derrotada por la aflicción. Es un hilo de voz que en 'Mechanical Flattery' o 'Tied and Twist' -construidas según el minimalismo no wave, con la atmósfera envasada al vacío- parece salido de la garganta de una niña que advierte de la presencia de espectros, mientras que en 'Los Banditos' -un número de jazz exótico y sosegado- se arrastra encantada de someterse a fuerzas desconocidas.

Si parecía que se desequilibraba el repertorio hacia el lado oscuro, una canción basta para aportar una explosión de color en cinemascope con todo el peso para enderezarlo: con la Billy Ver Planck Orchestra a pleno rendimiento (nada de intromisiones agresivas) y Lydia como una chica coqueta a la antigua que se sonroja ante sus propios impulsos (quiere tirarse al primero que pasa mientras su novio no llega a la cita), 'Lady Scarface' vendría a ser el número principal de este espectáculo musical para marginados. Jarboe, que fue vocalista y teclista de Swans, dijo que este disco "encarnó un sonido urbano y decadente que expresaba perfectamente los tiempos". El antojo clarividente de la autoproclamada Reina de Siam.

Para escuchar en Bandcamp:
Lydia Lunch - Queen of Siam
(Actualmente no disponible en Spotify).


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