Imperdible: Penelope Trip - "¿Quién Puede Matar a un Niño?" (1996)
De adolescente, devorando revistas de rodillas en el suelo mientras la guitarra eléctrica esperaba encima de la cama, a menudo pensaba que en 1994 ya podía haber tenido veinte años, pero tenía diez. Brotaban grupos desde todos los rincones de España y el rock alternativo vivía su momento de mayor repercusión mundial pero yo, ajeno a todo, insistía en comprarme El Gran Musical, que en 1994 había maniobrado una reconversión promocionada a bombo y platillo: si antes salía cada quince días y era la Super Pop de los artistas respetables (lo mismo Alejandro Sanz y Revólver que Bowie y Depeche Mode), en febrero de ese año se transformó en una publicación mensual de encuadernación gorda con la voluntad quimérica de asemejarse a una revista inglesa de tendencias, como The Face o i-D. Mucho diseño de maquetación, mucho texto breve, mucho anuncio de Malboro y JB, mucho contenido superficial y un trío de primeras portadas calculado para ¿dárselas de enfants terribles? A saber: su idea de subversión se tradujo del inglés al español mediante Miguel Bosé embarazado; Javier Gurruchaga disfrazado de condón; y Los Ronaldos travestidos en plan Con Faldas y a lo Loco. Para mí eso no eran tanto músicos como personajes públicos, incluso los de Coque Malla. No sé por qué creía que era mejor invertir mi dinero en estos tomos con tan poca música y llenos de columnas que no eran para mí (el cannabis, la generación X, boxeo en el Bronx, moda Kronen [sic], 20 razones para volver a ser mod) en vez de intentarlo con otra revista. Vale, en ese momento nunca hubiera salido del quiosco con un Rockdelux porque no conocía a los grupos de los que se escribía, ¿pero me emocionaba ver en portada a Rossy de Palma, Rosario, Ana Álvarez o Ketama? Pues no. Pero la idea de ser lector asiduo de una revista me gustaba ya a esa edad, y esa fue la primera. Había meses que rapiñaba monedas de cinco pesetas de donde fuera para comprarla (y algunos en los que me quedaba sin).
La cuestión es que cuando llegué a la pubertad y empecé a descubrir de golpe toda la música que me había perdido, escudriñé mi hemeroteca y me di cuenta de que EGM había reseñado -a su manera: aleatoria, anecdótica- discos de algunas bandas nacionales de la facción indie. Jose Luis García (Manta Ray, Elle Belga), recordando esos años de eclosión para muchos grupos de Gijón, decía que "parecía que nos estábamos forrando [pero] era un boom mediático. Eran las putas revistas de tendencias que tenían la necesidad de encontrar algo. El País de las Tentaciones surgió en aquel entonces, el gran salvador de la tendencia del estado. Aquello era una mierda, porque nosotros vendíamos dos mil o tres mil copias". En EGM no hubo una cobertura real de ninguna de esas bandas; nunca fueron entrevistadas, por supuesto, pero tampoco usaron a sus miembros de modelos como a Joaquín Cortés o a Ariadna Gil, algo que hubiera apetecido más a los de la revista teniendo en cuenta su línea editorial desde la reconversión (yo creo que hacer un reportaje con todos los grupos noveles vestidos de Moschino y El Corte Inglés se llegaría a barajar, pero no prosperó). Sin embargo tengo que agradecer a EGM que para mi yo del futuro quedase el CD Planeta Indie, que el verano de 1995 se coló entre las recopilaciones de blues, salsa y soul que solían regalar. El director firmó un alucinado texto de presentación: "Armados de creatividad ante la falta de medios, vacunados contra el éxito masivo. [...] Músicos concienciados que conocen los peligros de ser un superventas, pero que están dispuestos a hacer de la disidencia una postura artística digna. Atrincherados en el relevo, dirigen la cantera y desde el exilio nos han enviado este CD para EGM, su revista favorita. [...] Son la última hornada de rock español, tan irritante como aquella que vapuleó los ochenta". No es de extrañar que Jose Luis García se molestase recordando la de veces que en los medios se hizo poesía publicitaria sobre una situación miserable. Fuese o no fruto del oportunismo para dárselas de gurús, tirando de Planeta Indie pude poner música a muchos de los nombres sobre los que estaba empezando a leer en 1998. Algunos discos ya estaban descatalogados; algunos grupos ya se habían separado. Habían pasado pocos años, pero el escaso alcance que habían tenido algunos acontecimientos hacía que investigarlos fuera como arqueología. Cuando Rockdelux los ordenó en tres dossiers titulados "La Edad del Indie" como si ya fuesen historia, mi intriga se convirtió en verdadero culto.
En Planeta Indie encontré 'Crescendo' de Penelope Trip; una pieza estupenda para introducirse en un mundo, el suyo, del que aún ignoraba la cantidad de ideas asimétricas entre lo salvaje y lo cálido que me iba a encontrar. La voz reverberante de Tito Pintado -que desde el principio decidió cantar fonemas en lugar de componer letras, como Liz Fraser de Cocteau Twins- sonaba a promesa de afecto en un paisaje mágico, realzando la sensación de euforia con la distorsión en un estribillo que no es más que lo que dice su título. Penelope Trip -junto a Bach Is Dead, El Regalo de Silvia y Usura- fueron integrantes de la gira conjunta que marca el momento en que una nueva hornada de bandas independientes españolas empezó a ser visible a principios de los 90, y su distinción como pioneros no solo se debe a esa coyuntura temporal, sino a su indiscutible originalidad. Los gijonenses Pintado, David Guardado (bajo), Cova de Silva (batería), Juan Carlos Fernández (guitarra) y Pedro Vigil (guitarra) compartían pasión por la música anglosajona que salía de pequeños sellos indies y, de la misma manera que de adolescentes se juntaron gracias a un programa de radio desde el que Tito y David pinchaban todo lo que descubrían, formar el grupo en 1988 fue algo orgánico que empujó esas inquietudes más allá, importando a su territorio la filosofía do it yourself y el uso del ruido como parte fundamental de un pop con tantos ángulos agudos e ironía como candor. La grata sorpresa de su aparición se tradujo en notoriedad (quedaron segundos en el concurso de maquetas de Rockdelux en 1990 y enseguida ficharon por Munster, uno de los pocos sellos independientes) y la banda fue el germen del que se contagiaron muchos jóvenes asturianos que en nada convertirían Gijón en una de las canteras de bandas noveles más fértiles del país.
Para finales de 1995 la formación de Penelope Trip ya había variado hacía un tiempo: César Miguélez ocupaba el lugar de Cova a la batería y David se había marchado después de publicarse su segundo álbum Usted Morirá en su Nave Espacial (1994), pasando Juan Carlos a encargarse del bajo y quedando Pedro como único guitarrista. Ese verano, nueve mil personas habían acudido al primer Festival Internacional de Benicàssim; Spiral se lanzaba a abandonar el formato de periódico musical para convertirse en una revista de mayor tirada; Los Planetas llevaban más de un año con la multinacional RCA y vivían para contarlo; 'Chup Chup' de Australian Blonde había alcanzado el puesto 11 de Los 40 Principales a hombros de su inclusión en la película Historias del Kronen; y el interés desorientado de los medios generalistas por el indie español estaba en su máximo apogeo. La misma RCA había cerrado acuerdos con Subterfuge y Grabaciones en el Mar para financiar discos de Australian Blonde y El Niño Gusano condicionándolo a quedárselos si vendían "x" copias. Todo esto hacía que imperase la sensación de que era el momento de apostar, de que el microcosmos indie podía crecer y ser al fin sostenible. Penelope Trip eran escépticos, pero su desconfianza en Munster había ido escalando hasta violentarles y se plantearon editar su próximo disco desde su propio sello para controlar las gestiones que hasta entonces les habían parecido opacas en manos de terceros. Así fundaron Astro con Roberto Nicieza y se sumaron a los que cerraron un acuerdo de colaboración con RCA, la única compañía grande que perseveraba depositando capital en varios cestos con la certeza de que en alguno aparecerían los huevos de oro indies.
La idea del grupo era viajar a Nueva Jersey para grabar con Kramer, el emblemático productor de Galaxie 500, porque como comentaba Tito Pintado en Spiral (abril de 1996) "buscábamos una producción transparente. Nos habíamos fijado muy concretamente en las producciones de los elepés de Sr. Chinarro y Beef, y creíamos que con nosotros también podía funcionar. Ambos discos son modélicos en lo que a producción se refiere". Su preocupación por aclarar su sonido en el estudio -que no suavizarlo- radicaba en lo insatisfechos que quedaron con Usted Morirá en su Nave Espacial, un muestrario fascinante de ingenio que, a pesar de estar producido por un Paco Loco que cada vez trabajaba más y mejor, resultaba escuálido y turbio al oído, debilitando las vibraciones de unas canciones tan dinámicas que quizás no eran fáciles de inmortalizar. Pero para el tercer álbum finalmente optaron por los estudios Red Led de Madrid ("el estudio más caro de la época", como recordaba Pedro Vigil), donde se grabó y mezcló entre el 21 y el 27 de noviembre de 1995 con el ingeniero Ángel Martos, una prisa dada por la obscenidad de la cifra diaria -en Pequeño Circo, de Nando Cruz, se habla de 100.000 pesetas- que les costaba estar allí. Aunque Vigil considere hoy que no recuerda "ninguna mejora sustancial de calidad respecto al que grabamos con Paco en los estudios Odds", la lucidez generalizada que irradia ¿Quién Puede Matar a un Niño? (1996) me dice todo lo contrario. Si me ciño a la etiqueta que más a menudo se utilizó para definir su trabajo, me parece el mejor disco de noise pop que dio nuestra escena independiente junto a Hake Romana de Usura: producción impecable, sin fisuras; interpretaciones bien enfocadas (hay capas de guitarras, pero prevalece una sensación de frescura y minimalismo quizás consecuencia de haberse quedado en un cuarteto); y un empeño loable para hacer que la música sea imprevisible, viva, osada, dotándola de sorpresas y contrastes obligados a coexistir como lo hacen la variedad de rasgos que configuran cualquier personalidad.
Titular el álbum como la película más recordada de Chicho Ibáñez Serrador podía ser un simple juego disparado por su sentido del humor, pero la evocación del ambiente sórdido de la cinta -en la que los niños habitantes de una isla perpetran una venganza desalmada con cada adulto con el que se cruzan- sirve para definir el acercamiento de Penelope Trip a la música; esa convivencia de lo temerario, lo trascendental y la ternura del buen corazón que tan bien resumen las distintas secciones de 'Infanticida' o 'Aprendiz de Santa Claus', que combina un riff disonante con una estrofa en acordes mayores que, en realidad, no es dulce como parece cuando prestas atención a la letra -Tito se animó a escribir algunas- y escuchas "Acércate, no sientas miedo / es agradable tenerte aquí / (...). Solo queremos saber si eres lo suficientemente bueno para nosotros / nos importa un pito si tu personalidad se desvanece". Si canciones tridimensionales como 'Flame' y 'Chacal' cumplen la promesa de lo que debería haber sido Usted Morirá en su Nave Espacial -la espléndida sucesión de arpegios, compases torcidos, nervio acústico y eléctrico-, el sonido crudo ('Judoka'), deliberadamente chatarrero ('Apachete') o humeante ('Radio Amistad') de la parte más asilvestrada del disco nos recuerda su gusto por bandas como The Birthday Party o Huggy Bear, un punto primitivo que tiene como contrapeso algunas de las canciones mejor construidas -en el sentido del pop tradicional- de todo su catálogo, desde la agradable bossa nova '5 a.m.' a redondeces que irradian ímpetu sin jugar la baza de los sobresaltos como 'Picolandia', 'Símbolo de Dólar', 'Miss Black America' (aprovecho para mencionar la elegancia de los pequeños teclados que aparecen a lo largo del disco) o la excitante 'Wendy Quest', que suena como si pudieras arrancar un trozo de verano como la página de una revista y lo pudieras guardar en la cartera. La voz de Tito, mucho más cercana al prescindir de reverberación, conmueve como nunca.
'Cromosoma 3' despide ¿Quién Puede Matar a un Niño? serpenteando entre timbales con una sensación relajada que suena a final abierto, pero nada más lejos de la realidad. Aunque su nombre apareció en las primeras versiones del cartel del Festival Internacional de Benicàssim de 1997, la banda decidió disolverse a principios de año y la noticia se hizo pública en verano. Tito explicaba en Rockdelux (julio-agosto de 1997) que "durante el último año nos distrajimos con la publicación del disco, con los ensayos, con los conciertos. Pero luego volvimos a la dinámica habitual, y todo sucedía de una manera mecánica, aburrida". Dando un toque bastante negro a la historia, sus últimos directos resultaron ser dentro de la gira de presentación de Ruido? Volumen 2 (1996), un recopilatorio de grupos independientes licenciado por RCA para testar las aguas en cuanto a público potencial. "Porque, ¿dónde está ahora la famosa escena?", seguía Tito en Rockdelux. "Según todos los indicios, viendo a Dover en Festimad...". Con la desaparición simbólica de Penelope Trip -último grupo superviviente de los cuatro de la gira Noise Pop 92- y la realidad de ese acertado apunte de Tito, terminaba una idea muy concreta, poco inclusiva, de cómo era y tenía que ser la escena musical independiente en nuestro país, especialmente desde el punto de vista artístico. A esta altura del recorrido temporal, una estaca clavada en el suelo hace las veces de arma homicida y de indicación donde parece que se lee "La Edad del Indie a. D." (que sirve para Dover y para Devil Came to Me).
Para escuchar en Spotify:
También en Soundcloud
Comentarios