Caso abierto: Dover - "The Flame" (2003)

En un mundo donde atizábamos los últimos rescoldos de ingenuidad de la era pre-internet -y poco antes de que llegasen las redes sociales para devorarnos-, había cosas objetivamente triviales que podían convertirse durante semanas en un escándalo imborrable de la conciencia colectiva. Igual que mucha gente recuerda dónde estaba y qué andaba haciendo cuando supo que habían muerto Kurt Cobain, Lady Di o Amy Winehouse, estoy seguro de que hay muchísimos que recuerdan sus coordenadas y su posición la primera vez que vieron el videoclip de una canción llamada 'Let Me Out' en septiembre de 2006, porque lo vivieron como un acontecimiento impactante (por no decir directamente tragicómico). Yo me acuerdo; estaba en mi cuarto en casa de mi madre, delante de una pantalla de ordenador que todavía no era plana,  conectado al módem que ocupaba la línea de teléfono fijo mientras lo usabas y asimilando entre píxel y píxel que el grupo que tenía ante mis ojos era Dover. Costaba entender que Cristina Llanos (voz, guitarra), hasta entonces una cantante de rock más duro que suave aun considerando su evidente inclinación melódica, se reflejase en los cristales de una bola de discoteca bailando eufóricamente una canción electropop; que los matices rosados y el look pelirrojo remitiesen tantísimo a la Madonna que un año antes había estrenado personaje disco con Confessions on a Dancefloor, y que la influencia del último gran pelotazo de la estrella del pop mundial en aquel momento ('Hung Up') se inmiscuyera hasta en la letra (parecerá anecdótico, pero ambas mencionan el tic-tac del reloj y el timbre del teléfono) de una canción que pilló con el pie cruzado a todo el que conocía la trayectoria de Dover. Es innegable que fue su mayor éxito comercial en una larga temporada, pero a expensas de ser percibido como un giro deshonesto y frívolo que despertó reacciones viscerales, algunas de verdadera histeria. Los fans que habían leído emoción, honestidad e integridad en su dedicación al rock hasta entonces, se sentían defraudados por una salida de tono que el grupo justificó como un deseo de cambio, de experimentación, quizás pecando de cinismo o poca comprensión al abaratar los sentimientos de sus seguidores con el tópico de la libertad del artista para seguir su camino y la del público para acompañarle o no, por otro lado muy respetable. Pero en su caso y en esa época todo era más complejo que eso. No era tan simple como reducirlo al rechazo de un estilo musical; era algo más cercano a la esfera filosófica. Si ocurrió cuando Hole dulcificaron estilo y contenido en el álbum Celebrity Skin y ni siquiera habían abandonado el rock, qué no les iba a pasar a ellos con esto. Diría que ahora estamos acostumbrados a que este tipo de decisiones radicales sucedan más a menudo en el pop-rock y hasta las leemos naturalmente con ironía en vez de dramatismo, pero en 2006 no había ese relax y, desde luego, a Dover no se les conocía un sentido del humor que pudiera llegar a ser motor de algo así. Ponerse a la defensiva y sonreír se convirtió para ellos en algo casi obligatorio ante los comentarios humillantes, porque todo lo que rodeó esta transformación tuvo tintes más propios de la revista Cuore que de Rock Sound.

Haciendo trabajo de hemeroteca en internet, la mayoría de veces que aparece mencionado el disco The Flame (2003) no es para enlazarte a una entrevista publicada cuando se editó, ni a una reseña, sino a los artículos escritos desde 'Let Me Out', donde solo se cita para marcar el fin de la etapa rockera de Dover. The Flame es un mero dato cronológico, su disco menos susceptible de análisis -en su día o en retrospectiva- solo por detrás del desapercibido Sister (1995) con el que debutaron. Cristina Llanos contaba al periodista Richard Royuela en 2003 que durante la gestación del álbum había estado enganchada a ver la serie documental The Beatles Anthology, y que a menudo se sentía inspirada para componer justo "después de haber oído a los Beatles. Es la emoción que transmitían en sus inicios, la frescura, el fenómeno, que nos incitaban a escribir". Salvando las distancias y las dimensiones, entre los años 1997 y 1998 en España su grupo fue un fenómeno de ese tipo; es algo que puede justificarse con cifras (las más de 700.000 copias vendidas de Devil Came to Me, primer disco de un sello independiente estatal que logró tal hito; los llenos de sus conciertos en pabellones a lo largo y ancho de la geografía del país), pero lo digo también como el treceañero conmocionado que vivió su ascenso en tiempo real, pendiente de cada visita a Radio 3, de cada mención en el periódico, de cada reportaje en televisión, y cantando en casa con una voz todavía blanca el repertorio de sus dos primeros discos acompañado de una guitarra española que sabía tocar hacía a penas un año. La voz de Cristina, esas canciones y esa energía capturaron algo que fue inspirador para muchos como yo, y para Dover lo que pasó fue una suerte de fantasía hecha realidad parecida a lo que vivieron sus admirados Nirvana en 1991, que además atrajo lo mismo que el grupo de Kurt Cobain: hordas de fans emocionados; interés en la escena independiente española por parte de discográficas multinacionales, de medios de comunicación generalistas y de un público que no sabía nada de esa música; y el inevitable backlash que se da cuando el éxito llega a cualquiera de una forma tan sorprendente. La inquina, los rumores, las suspicacias y las críticas destructivas se aceleraban cuantos más discos vendían, y el grupo respondió siguiendo adelante con una disciplina de trabajo extraordinaria, aprovechando un momentum que se intuía irrepetible.

Dover en 2003: Amparo Llanos, Álvaro Díez, Cristina Llanos y Jesús Antúnez. (Autor desconocido)

En 2003 el fenómeno Dover en sí mismo quedaba lejos y la banda -añadamos a Amparo Llanos (guitarra), Jesús Antúnez (batería) y Álvaro Díez (bajo)- ya iba a preparar su quinto disco, para el que tenían claro que querían un enfoque más fresco y directo. Venían de dos proyectos grandes en todos los sentidos: Late at Night (1999) y I Was Dead for 7 Weeks in the City of Angels (2001) fueron producidos por Barrett Jones en Seattle y Los Ángeles, respectivamente, y exhibieron la rápida progresión de Amparo como una guitarrista implacable cuyo estilo -macizo, dinámico- era la columna vertebral de unas canciones donde la melodía siempre tiene cabida, pero que son eminentemente arrolladoras. I Was Dead... en particular era una estampa brillante de la compenetración sin fisuras que tenían como músicos, pero la complejidad estructural de muchas de las piezas y el hecho de que fuese un disco largo (quince temas en total) dejaba una sensación de linealidad y agotamiento si se escuchaba de un tirón. Ellos mismos se dieron cuenta de que necesitaban un cambio de aires, como explicaba Amparo a Quico Pérez-Ventana en octubre de 2003: "La idea fue hacer un disco lo más conciso posible, recrearnos menos en el lucimiento de cada uno; aquí un riff, aquí una intro, esto tan complicado lo puedo tocar... Un disco menos denso, así nos apetecía por nuestro estado de ánimo". En esa misma línea, en lugar de viajar a los Estados Unidos se trajeron a los estudios PKO de Boadilla del Monte (Madrid) a Rick Will, elegido por su excelente labor mezclando el disco anterior. Si el trabajo de Rick era de los mejores recuerdos que se habían llevado de la problemática grabación en Los Ángeles, produciendo The Flame se llevaron una sorpresa: (Jesús) "Era algo así como la niña del exorcista" (Amparo) (...) Él estaba como una chota y a veces te entraban ganas de partirle la cara, pero la grabación en sí creo que es la mejor que hemos tenido nunca (...) Lo mejor que tuvo Rick fue que nada más llegar quería grabar en directo. Nos quedamos muy parados, pero tampoco lo cuestionamos". Con ese planteamiento, que también estaba en sintonía con el tipo de disco inmediato que querían hacer, la grabación duró a penas un mes, a lo que solo se sumaron un par de semanas para mezclarlo.

The Flame es una colección de doce piezas melódicas y sin rodeos que suman 31 minutos de duración. Me recuerda a otro disco que me encanta de unos compañeros de generación suyos, el Extra de Australian Blonde, que ahí hicieron el mismo ejercicio de depuración de sus filias para dar con un repertorio luminoso y pegadizo. Revisado ahora, es sorprendente que The Flame quede en la discografía de Dover como un disco maldito, infravalorado por haber una sensación generalizada -y equivocada- de que ofrecían más de lo mismo cuando se publicó, porque me parece uno de sus trabajos más consistentes y memorables como álbum, acercándose al pop como no habían llegado a hacerlo en los anteriores (repasándolo para este artículo me ha costado quitarme de la cabeza más de la mitad del repertorio durante días). A la altura de un quinto disco, lo raro sería que una canción de Dover no fuese reconocible como tal, pero si alguien tiene la sensación de que Cristina Llanos recurre demasiado a transitar lugares que ya le habíamos oído en las melodías y en los acordes, que piense si no hacen lo mismo Robert Smith o Morrissey. La cuestión es que haciendo confluir la estima de las hermanas Llanos por los Beatles y su interés por los grupos que en los 2000 habían devuelto el foco al rock con un punto garagero (The Strokes, The Libertines, The White Stripes), incluso con pinceladas joviales que van desde unos aires new wave hasta ecos de The Clash y Green Day, produjeron un disco de punk-pop tan entretenido como emocionante. De hecho, es en las canciones más deliberadamente punkis y enfadadas ('Afterhours', 'One Black Day' o 'My Fault', que arranca con un guiño al 'Breed' de Nirvana) donde leo más fórmula que pasión, como si los escuchase en autopiloto repitiendo cosas ya explotadas en Late at Night y I Was Dead... No meto en ese saco a la salvaje 'Die for Rock & Roll', donde multiplican por 100 la energía que vertían en su versión de 'Cold Feelings' de Social Distortion (un clásico en sus conciertos de 1997) y sacan una pieza física a rabiar, que no en balde alude al desgaste que se padece saliendo de gira y dándolo todo sobre el escenario.

Polaroids de Cristina Llanos que se utilizaron para el diseño del disco y los singles.

Nunca se analizaron demasiado las letras de Dover, pero vale la pena destacar que en The Flame hay un rastro de vulnerabilidad bastante explícito, como si Cristina anticipase una crisis de los 30 (había cumplido los 27) que la empujase a reflexionar sobre el estado de sus relaciones sentimentales y amistosas (hay muchas alusiones a la sensación de que se pasen contigo, a los tira y afloja de cariño y desafección entre dos personas), así como sus miedos recurrentes y cierta tendencia autodestructiva. Todo esto casa con la melancolía de muchos de los estribillos, casi todos: '27 Years', 'Honest' (el momento pop más retro), 'Leave Me Alone' (atención también al trote canalla de las estrofas), 'Mi Sombrero', 'On My Knees'... Sea en un tono más pendenciero ('The Flame' recoge un sentimiento pletórico de amor) o más solemne ('All My Money', que termina el disco con las imágenes de una separación) el brío que mueve a estas canciones está perfilado con un lápiz de lágrimas; como en una película de coming-of-age. Se nota que todos se pusieron al servicio de los temas para permitir que respiren desde esa fragilidad intrínseca; Jesús más contenido a la batería, Amparo con una paleta versátil de texturas para las guitarras (la apisonadora metalera de antaño queda aparcada y el grado de distorsión varía en cada tema, haciéndolo todo más suculento para el oído), y Cristina entonando en algunos momentos con una suavidad inaudita, aunque siempre alternada con el rasgado de cuerdas vocales que el ritmo bruto de la gira de 1997 adelgazó para siempre de serrucho a sierra de marquetería. The Flame nos deja también, como quien no quiere la cosa, una píldora intimista donde su voz parte la oscuridad como un faro en la noche, 'Someone Else's Bed'. Cristina y Amparo solían tocar versiones acústicas de su repertorio a modo y semejanza de esta pieza, y una muy parecida ('Silver Ray') se quedó fuera de Late at Night, pero aquí te quedas magnetizado por su lamento cada vez que canta que no quiere saber lo que es dormir en una cama ajena, como si ya no pudiera hacerlo en la que ha compartido tantas veces con alguien. El ensamblaje desnudo es anecdótico en el catálogo del grupo, pero esa cualidad anhelante y desamparada es algo a tener en cuenta; si te fijas, está ahí desde el principio de su carrera.

Aun con todo lo contentos que quedaron con el resultado -al menos de cara a la galería- la tibia acogida (el periodista Carlos Marcos, en un artículo sobre Dover de hace un par de años, apuntó que de The Flame se habían vendido unas 30.000 copias) hizo que les quedase un regusto irremediablemente agridulce. Con la perspectiva del tiempo, paulatinamente fueron confesando que se sentían estancados. "The Flame es un disco que ya haciéndolo tanto Cristina y yo no estábamos convencidas, queríamos hacer un cambio y no lo habíamos hecho aún", comentaba Amparo en 2010. Cristina, el mismo año, opinaba en la misma línea: "Lo peor es cuando no hay ni críticas. Pasó con The Flame. Al principio fue como '¡Guay, qué alivio, no se meten con nosotros!'. Después... comprendimos que el problema era el disco. No nos habíamos dado cuenta, pero estábamos al final de ese camino, cansados y faltos de inspiración". Jesús Antúnez, en su entrevista más sincera publicada por Supersónica Podcast este mismo mes, admite que "seguramente, de mis canciones favoritas están en The Flame, pero había un cansancio (...) no todo es una máquina de hacer churros, y Amparo es una persona muy ambiciosa en ese sentido. (...) vino un poco la caída, y asusta (...) había mucho miedo a no estar ahí", explicando con eso que el grupo abandonase la idea de publicar un disco acústico en 2005 -se llegó a mencionar en prensa que sería una de las novedades del año- e hiciese tabula rasa, desembocando en esa transformación electropop que reconoce que nunca le gustó como rumbo para Dover. Lo mejor de los discos malditos es tener la posibilidad de redescubrirlos fuera de su contexto histórico, y ya va siendo hora de que ellos mismos lo hagan y se reconcilien con uno de sus trabajos más reivindicables. La llama se conserva y el título no engaña. 

Para escuchar en Spotify:

Comentarios