Escenarios: Núria Graham - Sala Apolo (Barcelona), 27 de febrero de 2020

La primera vez que fui a un concierto de Núria Graham lo inició sola con la guitarra eléctrica, tocando 'Hide Your Emotions (Somewhere Safe)', quizás la forma más rigurosa de presentar -en el sentido de exponer, de introducir- a la persona que había alimentado el repertorio de su segundo álbum Does It Ring a Bell? (2017), una colección de diez piezas que proyectaban las luces y las sombras de una época vital convulsa con tanto misterio como aplomo, algo que el directo reflejaba fielmente. Verla vertebrar un recital con el grueso de ese disco tenía un punto imponente y, a la vez, de una fragilidad cautivadora. Archivada esa búsqueda interior tan fructífera, el trabajo de campo para el disco que acaba de publicar -Marjorie (2020)- ha consistido en rastrear lo más íntimo desde un plano más extrovertido, atrapando en el éter lazos afectivos familiares, amorosos y fraternales que se trenzan en el pasado, en el presente, en Irlanda y en Cataluña. No hay una ruptura radical en el sonido ni las intenciones respecto a lo que le hemos oído antes, pero una brisa anuncia de alguna forma una expansión; un viento del norte que nos sopla que ha escrito las canciones nuevas entendiendo lo que es sentirse colmada de amor y apreciando la vida, incluso cuando esta la fuerza a aprender una lección difícil. En directo vuelve a encarnar a la perfección la esencia del álbum, aunque el jueves en Apolo -la fecha inaugural de la gira de presentación- no lo tenía difícil: después de pasar meses mordiéndose las uñas con impaciencia esperando que se publicase Marjorie, se plantó finalmente ante una sala llena donde se encontraban muchos de sus seres queridos, como se encargó de informarnos varias veces superada por la emoción. De manera intermitente podía meterse en el papel para interpretar un tema más profundo, pero no podía ocultar la alegría que la conducía esa noche.

Envuelta en los tonos otoñales de un traje de dos piezas con formas simples (me remitió enseguida a la Suzanne Vega más atrevida de 1992, pero eso es cosa mía), Graham subió al escenario acompañada de los habituales Jordi Casadesús (bajo), Artur Tort (teclado y coros) y Aleix Bou (batería), a quien se ha sumado Sam Berridge para reforzar los teclados y, muy especialmente, añadir frescura a varias piezas con el uso de la guitarra acústica. La mágica despedida de un chico que se suicida en 'Connemara' abrió el concierto con la sutileza de sus texturas y esa contención dramática, dando paso seguidamente a una sucesión de personajes femeninos descritos con ternura: 'Shirley', 'Hazel' -en estas dos se aprecia su buena mano para un pop que se desliza suave en la mente, con referencias clásicas al género que podrían llegar a los años 50- o 'Marianne', el primero de cinco rescates de Does It Ring a Bell?, dejando claro lo cómoda que se siente todavía con esas canciones a pesar de haberlas tocado sin descanso en una gira larguísima como la de 2018-2019. También fue el primer momento sorprendente desde el punto de vista escénico, con dos focos de luz blanca cruzados sobre el rostro de Núria desde los laterales que proyectaban su perfil en los muros de la sala, enmarcado en un círculo blanco como si fuese un eclipse parcial.

Los medios tiempos 'Marjorie' y 'Heat Death' esconden estribillos intensos y evocadores que, mediante la guitarra acuosa y la elegante economía de sonido que siempre ha caracterizado a esta banda, se funden naturalmente con el exquisito tránsito de 'Sinner' (una favorita personal que me alegro que también lo sea de Núria, como advirtió al presentarla) y el anhelo fantasioso de 'Christopher' -única cita a su primer álbum Bird Eyes (2015)-, que no ha hecho más que crecer como hit atemporal cada vez que la toca en directo. Fue revelador también sentir el peso que tienen 'Smile On the Grass' o 'Cloud Fifteen', que cuentan con poco más de dos años de vida pública, como canciones emblemáticas para una audiencia entregada como la que llenó la sala Apolo. Ambas sonaron en la segunda mitad del set, donde también cayeron esa 'The Stable' que tantas veces tocó sola cuando acababa de componerla (la versión con la banda completa delata una cercanía con los temas del disco anterior que no tienen el resto de canciones nuevas) y la juguetona versión de 'Amor de Garrafa' de Power Burkas, titulada 'Toilet Chronicles' al haberla articulado como una respuesta escrita encima de la canción que compuso Marcel Pujols sobre ella. Tras un sin parar de canciones ejemplarmente concisas, la holgada libertad que exuda 'Peaceful Party People from Heaven' supuso un pico cerca del final del repertorio, un guiño a la faceta más ruidosa y progresiva que exploró con más ahinco alrededor de 2016. 'Another Dead Bee', que compite con 'Do You Wake Up for a While Every Day?' por el reconocimiento a la pieza más vigorizante de Marjorie, cerró el set principal. El único bis fue un último ejemplo de gusto y mesura: con 'No Returning', versión de un tema escrito por su tío Niall Graham que también cierra el disco, lo dejó todo atado: ahí estaba la emocionante referencia a ese eslabón familiar que es clave en la materia prima de estos temas, y con el delicado arreglo de caja de ritmos y teclado -¿colgaba encima nuestro un móvil con las figuras de Victoria Legrand y Alex Scally recortadas en papel de seda?- fue como el espejo de ese 'Connemara' que lo había iniciado todo. 


Setlist:
Connemara / Shirley / Hazel / Marianne / Do You Wake Up for a While Everyday? / Marjorie / Sinner / Heat Death / Smile on the Grass / Cloud Fifteen / Christopher / The Stable / Toilet Chronicles / Peaceful Party People From Heaven / Another Dead Bee // No Returning

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