En el trastero: Courtney Love - "How Dirty Girls Get Clean" (2006)
"No hay contexto por una vez en mi vida", dice uno de los mejores versos con los que Courtney Love salió del centro de rehabilitación Beau Monde -al sur de California- a finales de 2005, cumplida la condena de un juez angelino que ya estaba exasperado: admitiendo ante él sin más remedio que había vuelto a consumir drogas, Love confirmaba que había violado la libertad condicional que se lo prohibía hasta en tres causas abiertas. Quería encarcelarla, pero lo sustituyó por un programa de rehabilitación de tres meses y un arresto domiciliario de otros tres. Siempre astuta para enriquecer la luz dramática de una adversidad con el detalle más oportuno, el día de la sentencia se presentó en el juzgado agarrando bien visible una copia de la autobiografía de Bob Dylan, Chronicles: Vol. 1, algo que la prensa corrió a destacar. Sembrar su leyenda de finuras como esta, escenificándolas o difundiéndolas a través de un publicista, ha sido siempre una de sus artes más reconocidas. Lo que parece cierto es que el libro la acompañó durante el encierro, que aprovechó para componer canciones dylanescas con una guitarra acústica que la productora y compositora Linda Perry le llevó para que aprovechara el tiempo, para que rentabilizara creativamente la purga del embarazoso desorden en el que había convertido su vida desde que empezase la década de 2000. De los golpes de inspiración que encajase en esas semanas bien podía depender que recuperase parte del reconocimiento artístico que obtuvo al frente de Hole y que reactivase una carrera musical reducida a la nada por su propio empeño. Habían sido cinco años de trayectoria errante y poco arte entre operaciones de cirugía estética, politoxicomanía, noticias sensacionalistas (arrestos por agresiones y allanamiento de morada, ingreso exprés en el sanatorio Bellevue de Nueva York, problemas financieros, disputas legales con los miembros de Nirvana), fantasías infladas en notas de prensa que quedaban en nada (Bastard, un "supergrupo punk femenino" que no salió del local de ensayo pero cuyo hype Courtney estuvo vendiendo durante un año al NME, que llegó a publicar que "Universal le ha ofrecido 18,5 millones de dólares después de escuchar su nueva maqueta") y un autosabotaje artístico lamentable (desbandó Hole en 2002 y poco a poco fue matando de hambre a la prometedora carrera de actriz que auguraron sus trabajos con Milos Forman). "No hay contexto por una vez en mi vida" es un gran verso, pero por supuesto es imposible aplicarlo a su autora.
Su contexto musical inmediato era el primer disco a su nombre, America's Sweetheart (2004), un ejercicio que pulsaba todas las teclas correctas para detonar lo que quedase del respeto y la credibilidad que su trabajo le había ganado en los años 90. Vendido como el regreso de quien iba a devolver la autenticidad al rock corporativo (menuda broma), producido con una pésima dirección artística, grabado con una voz reventada y apresurada por la cocaína (como la composición de las canciones) y sellado con un cliché desesperado como título, resultaba en un rock tan mediocre, con un discurso tan tramposo, que solo quedaba doblegarse y aceptar de una vez que su tránsito desde la contracultura hasta el mainstream no tenía como misión seguir divulgando gran arte como el de Live Through This (1994), sino acomodarse en un autoservicio de publicidad narcisista a cambio de muy poco que llevarse a la boca. Linda Perry, que escribió con ella más de la mitad del abominable repertorio, se lavó las manos explicando que "esperábamos a Courtney durante horas. Estamos hablando de las 3 o las 4 de la madrugada. Al final, una noche a esa hora le dije 'Llámame cuando quieras hacer música. Pero me largo de aquí'. Y así fue, me marché sin más". La sola involucración de Perry en America's Sweetheart, autora de números uno para Christina Aguilera y Pink, ya levantó razonables suspicacias entre la parroquia que seguía teniendo a la viuda de Kurt Cobain como un referente del rock alternativo. Cuando los publicistas empezaron a filtrar detalles de su productiva estancia en Beau Monde convenientemente -en noviembre de 2005, sin haber salido del centro siquiera- y Linda Perry volvió a salir en la prensa como supervisora de su nueva música, nada hacía presagiar algo bueno. Para afianzar la campaña con la que iban a limpiar su nombre se elaboró una exclusiva para NME poco después, donde miembros de grupos ingleses de perfil bajo como Dirty Pretty Things o The Dead 60's -que habrían escuchado las maquetas- certificaban que "las canciones suenan frescas. Algunas tienen una cualidad cercana a Bob Dylan. Es bastante crudo y más personal". No eran músicos influyentes, simplemente jóvenes que servían para propagar el eslogan que tenía que calar en el público.
Junto a Billy Corgan (Smashing Pumpkins) y Linda Perry -que se implicaron en el proyecto con la fe de quien quiere rescatar a una calamidad de su infortunio, sobre todo porque creían ciegamente en el nuevo material- pulió las canciones que habían nacido en rehabilitación y compuso otro puñado mientras duró el arresto domiciliario. Las sesiones de grabación para el futuro álbum empezaron oficialmente en marzo de 2006 en los estudios Kung Fu Gardens de Hollywood (California), donde Love, Perry, Corgan y varios músicos de la zona pasarían cerca de tres semanas refinando el crudo potencial de lo que se habían venido llamando The Rehab Demos. "Tenía a una Courtney sobria", comentaba Linda en 2019, "así que empezamos a hacer un disco increíble. Era como un cruce entre The Velvet Underground y Fleetwood Mac, y era una Courtney muy calmada -como si se sentase delante de una chimenea contándote su vida. Era un disco hermoso, muy melódico. Todos estábamos como locos". Pero lo que no tenía remedio era la verborrea de Courtney y su manera contraproducente de dar bombo a cualquier cosa cuando aún está por atar. How Dirty Girls Get Clean, que así se llamaría el álbum, iba a ser la cúspide de una campaña de relanzamiento de su carrera donde coincidirían un libro con extractos de sus diarios (Dirty Blonde) y un documental producido por el Channel 4 británico (The Return of Courtney Love). Esos artefactos llegaron puntuales el otoño de 2006; el más crucial, el álbum, también, pero no como ni cuando debía: alguien lo filtró, quizás por la propia indiscreción de Love. Un hecho tan anticlimático, que durante semanas solo fue sabido en círculos reducidos de internet como foros dedicados a Courtney, trajo consigo una nueva etapa errante en la que, una vez más, la música se echó a perder. A lo largo de 2007 dio a entender varias veces que el disco no estaba acabado, que faltaban mejores canciones y, para la sorpresa de Linda Perry, que lo que la gente había escuchado no eran más que maquetas. Lo que durante un año había denominado el mejor trabajo de su carrera de repente no valía la pena; las palabras se las llevó el viento. Hubo una temporada en la que todavía despachó las preguntas sobre el progreso del álbum con evasivas vagas, pero pronto lo vimos morir a mucha distancia del despliegue publicitario que se inventó para él.
La historia de la música está llena de discos secuestrados por discográficas y de otros que desecharon sus creadores. How Dirty Girls Get Clean pertenece a la segunda categoría y, en mi opinión, despreciarlo fue el mayor error de Courtney Love en una trayectoria que ha dado muy poca música en tres décadas, en realidad. Contra todo prejuicio, es admirable que sea Linda Perry quien esté detrás de una visión tan sobria para este material, alejada de sus producciones para artistas que dominaban la radiofórmula. Esta era una colección de canciones con raíz de cantautor que florecieron adecuadamente en un rock atemporal; decir que recuerda a The Velvet Underground (yo diría que a los de Loaded) o a Fleetwood Mac (una de las musas eternas de Love) parece una osadía por parte de Linda pero tiene razón. Para Courtney Love este álbum podía haber sido su Broken English (Marianne Faithfull) o su Gone Again (Patti Smith): un gran trabajo con el que regresar después de una temporada de dolor, habiendo sabido darle a cada experiencia un sabio equilibrio entre lo directo y lo poético. Es cierto que en el conjunto de las letras hay un peaje innegociable de alusiones al infierno y a la redención con más o menos rodeos, y que 'Letter to God' es una balada sobreactuada que haría las delicias de Axl Rose (era un original de Perry que Courtney encontró en su ordenador y le pidió que se lo diera), pero sobresale una voz narrativa que se lanza desnuda a la introspección como uno creía que no volvería a escucharla.
Dejando a un lado la estudiada inmediatez de 'Loserdust' (la canción más eléctrica y trivial), la melancolía intoxica gran parte del cancionero desde la primera pieza del disco tal y como se filtró, 'Pacific Coast Highway', una introducción soberbia que asienta las bases del sonido -guitarra acústica, piano, lenguas eléctricas más bien tiernas- y también pone sobre la mesa el estado de ánimo -desorientada, deshecha, cansada- que la inspiró: "Estoy abrumada y con la libido baja / cariño, qué esperabas / estoy alterada y soy tan desgraciada / estoy demasiado avergonzada para enseñar la cara / y ahora vienen para llevárseme". Su voz tiene una cualidad serena que va despertando a la vez que la música, y el crescendo final es como si te informase que no sucumbirá a la derrota. 'Sunset Marquis' parece una segunda parte escrita cuando ya puede mirar con ojos resentidos, una sucesión de recuerdos a romances torcidos por su reputación ("He atravesado el desprecio y el ridículo / ¿cómo no vi las señales? / desciendes, desciendes, y tienes que andar tu paseo de la vergüenza / pero me vengaré") enmarcados en un medio tiempo sinuoso, mientras en 'Car Crash' el sonido de un buen augurio -esos acordes acústicos: es una de las más pop- no puede ocultar la soledad de sus impulsos autodestructivos, que en la escuálida 'Happy Ending Story' parecen estar a punto de llevársela mientras la arropa un violonchelo. Cuando en 'For Once in Your Life' suplica compañía secundada por la cadencia de un vals ("Me han timado / cubierta de diamantes y cubierta en mugre / pero sigo respirando / por favor, quédate y te construiré un mundo") estás vendido; estas canciones tienen más hondura que 'Doll Parts'. De la tan comentada influencia de Bob Dylan (al fin y al cabo, siempre compartieron el timbre nasal) podemos catar dos claros frutos: 'Stand Up Motherfucker' que, si en una primera impresión parece que no tiene mucha sustancia, va penetrando a base de actitud; y sobre todo la concluyente 'Never Go Hungry', una pieza acústica atropellada por el ímpetu donde la frase lapidaria de Escarlata O'Hara se convierte en su grito de supervivencia al otro lado del túnel.
Su propia inestabilidad, una autocrítica enfermiza, las recaídas en el consumo de drogas... Es difícil concretar qué mueve a Courtney Love a desmontar proyectos que ha vendido con tanta labia. No han sido pocas veces. En 1995, por ejemplo, pregonaba que el próximo disco de Hole estaría producido por Moby y sería un cruce entre el sonido de los grupos del sello 4AD y Led Zeppelin, plagado de samplers. Sonaba bien en su cabeza y se leía mejor en la sección de noticias de la prensa musical. Se quedó en humo. How Dirty Girls Get Clean al menos era algo tangible, pero desembocó en algo fatal: en 2009, iluminada por un guitarrista joven que había fichado un tiempo atrás, compuso media docena de canciones, cogió la mitad del repertorio desechado, lo regrabó con su peor juicio (la producción ultraprocesada de Michael Beinhorn es un despropósito), en pésima forma vocal, y para darle el toque maestro de vergüenza ajena, lo publicó en el último momento bajo el nombre de Hole, horrorizando a sus ex-compañeros de grupo. Las artimañas publicitarias seguían siendo su adicción más incorregible, pero esta era antológica. La música que grabó en 2006 es lo único que escucho (¿que puede escucharse?) de Courtney Love después de Celebrity Skin (1998).
Para escuchar en Youtube:
Y una escucha de mejor fidelidad y/o descarga tras el click.
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