Imperdible: PJ Harvey – “Is This Desire?” (1998)

Hace no mucho, en un programa de televisión, pedían a los personajes entrevistados que despidiesen a los espectadores con una imagen de silencio. Para mí el deseo sería una preciosa imagen muda, un alboroto interior pero con el volumen a cero. Estar en la cama con alguien que te agrada y notar cómo respira, a oscuras, cuando aún no se ha dormido; el movimiento de su tórax bajo la sábana visto a través del cristal grueso de la noche. Para mí el deseo se materializa mediante pellizcos de impaciencia y ansia, ensoñación y secretismo, confianza y tormento. Habrá contribuido a ello verlo escrito a los catorce años en la interrogación que titula este disco de PJ Harvey, de su puño y letra: “¿Es esto deseo?”. Una vez formulada, tal pregunta desvela una confusión espeluznante. Más allá de la necesidad de poner nombre a sensaciones desconocidas con el pulso trémulo de la inocencia, y después de escuchar estas doce canciones, la interrogación podría insinuar puro espanto al constatar que el lado emocionante del deseo puede tener un reverso insoportable, desagradable. En su quinto álbum, esos entresijos del deseo que más nos usurpan cordura tienen voz, una voz hosca y encerrada. Exhausta después de girar el portentoso To Bring You My Love (1995) sin descanso durante once meses y desolada por el fin de una intensa relación sentimental con Nick Cave, PJ Harvey llegó a plantearse dejar de hacer música e interrumpió el primer bloque de grabaciones para este disco, hundida en un delicado estado emocional que derivó en depresión. Pasó aproximadamente un año hasta que se vio fortalecida y retomó el hilo de lo que había empezado para dar forma a la que, en retrospectiva, quizás es su obra más valiente por atreverse a revelar tal desnudo psicológico viniendo de conquistar una cima de popularidad. La expectación de todo el mundo por ver hacia dónde se dirigiría después de firmar uno de los discos mejor valorados por crítica y público de 1995 quizás le supuso algún tipo de presión, pero el afán de esos terceros no la privó de guiarse por su instinto para hacer de Is This Desire? (1998) la travesía en escala de grises que debía ser, con picos de bruscos contrastes entre blanco y negro, sin rastro del tono escarlata de su predecesor y más incómodo que el encendido Rid of Me (1993) aun sin armar la mitad de ruido.

Si bien es cierto que la pieza que le da título recoge la tensión vaporosa del deseo carnal cuando está a punto de pasar a ser contacto físico, la mayoría de las canciones ilustran sin rodeos el imposible equilibrio entre las cosas gratificantes y las malditas que resultan de entregarse a otra persona. Lo más duro de Is This Desire? está en la naturaleza solitaria de su narrativa, una soledad vista desde el inevitable enfoque negativo de una post-ruptura tras la que se refugia en un encierro interior. Mediante la creación de personajes con nombre y rasgos diferenciables -no importa si les hace hablar en primera persona o si es ella quien lo explica en tercera- organiza sus emociones y evita asomarse al pronunciado talud de su ánimo, quizás una manera de atemperar la certeza de que sentimientos tan terribles eran suyos. Su osadía es aún mayor en un enfoque de sonido sin concesiones a la belleza ortodoxa: la mayoría de las canciones -que produjo ella misma con Flood y Head- utilizan fragmentos y tomas vocales de las maquetas originales que grabó en casa en cuatro pistas y se conservan todo tipo de impurezas, desde el bufido de la cinta magnética al temblor puntual de la voz, y hace uso de una electrónica minimalista y distorsionada, llena de graves y suciedad, como herramienta para corresponder musicalmente la turbiedad de sus emociones. En una entrevista radiofónica con el locutor australiano Richard Kingsmill explicaba que "es un disco muy desafiante para la gente, no uno que puedas poner a la ligera, hay mucho material que es pesado y oscuro. Tuve que luchar bastante para publicarlo, mucha gente estaba decepcionada. Gente de la industria, personas de la compañía de discos con la que trabajo querían algo distinto a lo que les di".


Al inicio del disco resume su situación de autoabandono en ‘Angelene’, un medio tiempo en boca de una chica que se entrega a cualquier hombre pero a quien ha robado el alma ese que ella no puede tener. El contexto del álbum a partir de ahí es tosco, y el grano de la fotografía, grueso: con una caja de ritmos y una línea de bajo interpretada en un teclado filtrado por una distorsión violenta, ‘My Beautiful Leah’ duele como el agotamiento que ataca después de un largo sollozo, un escenario pertinente para la historia de una chica deprimida que ha desaparecido ( “¿La ha visto, señor? / Pelo negro, ojos marrones / (…) Nunca me abandonan las últimas palabras que dijo: / ‘Si no lo encuentro esta vez, estaré mejor muerta’"). El mismo esqueleto funciona en otras canciones: sobre el zumbido esquemático de ‘Electric Light’ bastan dos frases para abreviar esa fascinación secreta por alguien que te remueve el espíritu (“Su belleza bajo la luz eléctrica siempre me arranca el corazón”) y la conversación que mantienen bajo y voz sobre el ritmo ligero de ‘A Perfect Day Elise’ esconde la historia de un romance posesivo con desenlace en negro.

Polly Jean retrata a mujeres rurales contrariadas por su desajuste en lo que concierne a los valores tradicionales, que por su género su entorno espera que mantengan; mujeres para quienes pasan los años y permanecen solas, sin formar una familia (Catherine hecha un misterio inalcanzable en la rítmica, elaboradísima y extrañamente onírica ‘The Wind’: “Una vez fue una señora de la ciudad / pero ahora se sienta y gimotea / (…) La veo en su capilla, en lo alto de la colina / Debe estar tan sola”; Joy rodeada de un ruido de corte industrial en su canción homónima: “Toda una vida soltera / a los treinta años nunca había bailado ni un paso / Se hubiera ido de estas montañas hace mucho si no fuera por su condición”; el caos percutivo de esta pieza recuerda a las producciones más disparatadas de Moonshake, un grupo que le fascinaba). Por otro lado, imágenes poéticas como las de ‘The River’ o ‘The Garden’ -ésta narrando el encuentro furtivo entre dos hombres- vienen envueltas por preciosos fraseos de piano, haciendo que la primera suene con el desaliento de una tragedia (atención al entretejido de trompeta y un teclado que contamina el aire) y suavizando el suspense en la otra. Cuando los sentimientos son de euforia (‘The Sky Lit Up’ explotando con las percusiones del final: “Me da lo mismo qué esté pensando él / Coge el coche, cógeme la mano / El cielo se iluminó”), despecho endiablado (la soltura agresiva, enloquecida de ‘No Girl So Sweet’ es el momento más intenso de Is This Desire?) o esos celos recitados con voz intoxicada y nudo en la garganta en la gélida ‘Catherine’ (“Envidio al viento, tu pelo cabalgándolo / Envidio a la almohada, en ella tu cabeza descansa y sueña / Envidio a tu amante con una envidia asesina / Hasta que la luz brille sobre mí, maldeciré cada segundo que respires”), aún es más asombroso darse cuenta de todo lo que dio de sí PJ Harvey en este trabajo. Apagadas las brasas del deseo, sopladas sus cenizas por la brisa, solo queda renacer.

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Comentarios

Little Turtle ha dicho que…
Clap! Clap! Clap! (Aplausos)
Estanis Solsona ha dicho que…
¡¡Gracias!!