Escenarios: Christina Rosenvinge - Paral·lel 62 (Barcelona), 4 de febrero de 2023


Si quieres escuchar Que Me Parta un Rayo (1992) de Christina y Los Subterráneos y optas por alguna de las plataformas de streaming que lo tiene (porque ansiar la inmediatez se ha convertido en un hábito endemoniado), ocurre una cosa; y es que se trata de una de las reediciones que Warner sacó en los 2000 para capitalizar su fondo de catálogo, añadiendo al final cuatro versiones acústicas de ese repertorio que Christina Rosenvinge grabó para el disco Flores Raras (1998). En anticipación al concierto que Rosenvinge dio ayer en la sala Paral·lel 62 para celebrar el 30 aniversario de ese primer álbum en solitario, estuve escuchándolo vía streaming y en orden aleatorio. Fue cuando me di cuenta de que aparecían intercaladas las versiones de Flores Raras, y el contraste con las originales me golpeó como una revelación. La Rosenvinge de 1998 estaba hecha migas y desengañada, abandonada en un callejón sin salida por una industria musical que no entendía sus inquietudes como cantautora, grabando un disco acústico para finiquitar su contrato con Warner y así poder volar montada en una carta blanca a los Estados Unidos, donde pasaría una larga temporada. Para mí las versiones de '1.000 Pedazos', 'Pulgas en el Corazón' o 'Alguien que Cuide de Mí' que forman parte de ese unplugged comprometido fueron durante años las que salvaban a esas canciones de la producción blandita de Que Me Parta un Rayo, y eran las que siempre escuchaba. Ayer, sin embargo, me di cuenta de lo arrastradas y frágiles que sonaban, como si radiografiasen el apagón de fe de Rosenvinge en el momento más incierto de su carrera, y confrontadas a la frescura con la que arrancó su andadura en solitario tuve una sensación espeluznante. Lo que no me esperaba es que aún fuera más estremecedor comparar a la Christina ofuscada de 1998 con la mujer radiante de felicidad que ayer cantó todas sus primeras composiciones seguidas con mucho más desembarazo que en 1993.

Una artista poquísimo dada al revisionismo como ella solo se ha permitido este tipo de ejercicios cada tantos años: el mencionado Flores Raras; la caja retrospectiva Un Caso Sin Resolver (2011); la (más que una) antología de sus letras Debut (2019)... La idea de celebrar el 30 aniversario de Que Me Parta un Rayo con un puñado de conciertos -en España solo Madrid y Barcelona- le surgió de forma espontánea viendo el revuelo que levantó el año pasado solo con mencionar la efeméride en redes sociales. Es uno de esos álbumes que marcó un hito, y quien lo conoció en su día todavía lo recuerda fuertemente vinculado a un momento especial de su vida, a una historia. La mía es que regalaron Que Me Parta un Rayo en vinilo a mi padre por su 28 cumpleaños el mismo año que se separó de mi madre, y cuando se marchó se lo dejó en casa, así que me recuerda mucho a ella porque le encantaba. Es indudable que tener a Rosenvinge delante de ti, tocando entero un disco que conoces bien desde la infancia, te conmueve de una forma que trasciende lo musical; sientes que recibes un cariño difícil de explicar con palabras. Con todo y con eso, no sé si aún me estaba emocionando más ver lo satisfecha y contenta que está en este punto de su carrera. Desprende una alegría contagiosa. Una de las últimas veces que la vi en directo ya destaqué que la madurez la había llevado a conciliar todas sus etapas artísticas sin que nada chirríe, y ayer en Barcelona quedó certificada esa impresión con un gesto triunfal. Guiarse por lo que ha querido hacer a pesar de que no siempre se entendiera ha acabado funcionando de la mejor manera posible y la ha hecho libre. Había algo de justicia poética para la Rosenvinge de 1998 viendo cómo recibía todo el calor de un público que ya hace muchísimo que no la sigue por nostalgia sino porque la siente; un público que aun así también sabía que lo de ayer era una oportunidad excepcional de volver a escuchar todas estas canciones en directo.


Con el escenario bañado en un rojo intenso como el de la tipografía en la portada del álbum, aparecieron sobre las tablas los músicos que insuflaron toda la textura y el aplomo que podía faltar a los que tocaron en un disco que, como ha explicado muchas veces Christina, fue producido por un ingeniero que venía de trabajar con gente como Tears for Fears. Los Subterráneos en aquel entonces no era más que un nombre, sin una banda sólida y rodada detrás, y lo de ayer era todo lo contrario, un grupo integrado por nombres de su confianza: Juan Diego Gosálvez (batería), Álex Flaco Hernanz (bajo) y Charlie Bautista (guitarra, teclado), que fue su mano derecha durante diez años y con el que se ha reencontrado para esta gira tras casi otros diez sin acompañarla. Abriendo la velada con 'Tú por Mí', tal y como empezaba Que Me Parta un Rayo, se dio la primera ovación sentidísima y un coreo unánime por parte del público que ya no cesaría hasta el final, pero que no molestaba. La primera vez que vi a Christina en concierto fue en La [2] de Apolo en 2006, presentando el último disco de su trilogía neoyorquina ante una audiencia reducida, y aquellas eran veladas de atmósferas y partituras deliciosamente complejas a las que asistías a escuchar atentamente. Que el de ayer fuera un concierto en el que la gente se dejara llevar por la emoción y sus voces fueran inseparables de las de Christina era igual de lógico y le añadía significado. 

Aunque en tiempos más o menos recientes ya había jugado a cambiar los arreglos de la mitad de estas canciones, a la otra mitad no le había sacado el polvo desde principios de los '90, y fue refrescante escuchar piezas como 'Tengo una Pistola' (de la que hubo un reprise para que Bautista pudiera tocar el solo que no se escuchó por un problema técnico), 'Las Suelas de Mis Botas' o 'Ni una Maldita Florecita' sonando con ese cuerpo musical rotundo y en la voz madura de Christina. Es gracioso; pensando en estas piezas de Que Me Parta un Rayo que pocas veces se comentan todavía me cuesta entender por qué en 1992 se otorgaba más credibilidad artística a un numerito afectado de Revólver o a cualquier canción que Los Ronaldos hiciesen de broma. Pero por si aún había alguna duda, este sábado quedó claro que este disco no tiene letras superfluas en ningún caso (en el núcleo de estas diez canciones yace la idea de la emancipación, sin sentimentalismos y con mucho desparpajo) y casadas con esa buena intuición para el pop no había manera de desmerecer su talento. Con los graves de la batería de Gosálvez, 'Alguien que Cuide de Mí' y 'Señorita' (cantada a dúo con su hijo Willem Loriga, que se colgó también la guitarra) se acercaron a sonoridades latinas, 'Pulgas en el Corazón' sonó agradablemente cercana a la original y '1.000 Pedazos' puso el acento en la atmósfera mientras las notas goteaban en una versión más etérea que la de 1992. Con su actual soltura escénica -paseándose por el escenario sin la guitarra y acercándose a desafiar al público con teatralidad- Rosevinge vendió con un punto cómico maravilloso el rockabilly de 'Yo No Soy Tu Ángel' antes de acabar el viaje con la emblemática 'Voy en un Coche'.


Aunque dejó caer que en estos conciertos se animaría a tocar canciones del infravalorado Mi Pequeño Animal (1994), y a pesar de que le estuvieron gritando títulos y cantando estrofas enteras entre canciones para ver si accedía a las peticiones, se perdió una oportunidad de oro y nos tuvimos que conformar con 'Mi Habitación' y 'Pálido' en el primer bloque de bises. La última tanda la ocuparon tres piezas de Tu Labio Superior (2008) y no fue gratuito, sino que tenía todo el sentido que así fuera; por un lado, por su reencuentro con Charlie, que fue un estrecho colaborador en aquel trabajo, y por el otro, porque fue el disco que devolvió a Christina al púbico español después de los años de exilio y experimentación. Curiosamente, cumple la mitad de años que el primero y también supuso una especie de nuevo comienzo que la ha llevado al dulce momento que puede disfrutar ahora. El colofón definitivo al concierto lo puso 'Ana y los Pájaros', una canción exquisita de su último disco hasta la fecha que contrapone la solemnidad de las estrofas a un estribillo que sabe a festejo. "Cuando acabe el mundo, ¡que se acabe así!", dice, y eso es lo que nos deseó a todos.

Comentarios