Caso abierto: Christina y los Subterráneos - "Mi Pequeño Animal" (1994)

Ahora que todo el mundo tiene a su alcance el archivo histórico de prácticamente cualquier músico, es como si existiesen de manera simultánea todas sus facetas y las etapas en las que se divide su trayectoria. Todo es antiguo; todo es moderno. Esta accesibilidad a la información, única de la época que estamos viviendo, hace que el pasado parezca menos pasado y más una ilusión extraordinariamente viva en el presente. "Hay gente, también periodistas, que me han dicho cosas como 'tú tienes un pasado', como si fuera Mengele", decía Christina Rosenvinge en 2011, riéndose. Lo curioso es que, en el caso de la cantautora de raíces danesas, la insinuación perversa de que tenía algo de lo que arrepentirse ha ido quedándose obsoleta a base de no repudiar jamás el ayer. Su propia carrera ha ido explicando y resolviendo en un relato armónico lo que en otros tiempos rechinaba. Como buena artista de mente inquisidora, lo que está por venir le interesa más que nada; pero aún así cabe la observación de que ninguna Rosenvinge podía defender canciones de cualquiera de sus etapas con tanta naturalidad como la de hoy en día. Quizás tengamos que entornar los ojos mirando a los cielos para recordarlo, ahora que es Premio Nacional de las Músicas Actuales 2018 y que han pasado unos años desde que encontró su sitio entre el público español, pero hubo un momento en que los prejuicios fueron un obstáculo y un serio sabotaje para su carrera. Eso sí pesaba, más que el pasado.

Si en este reportaje de 1994 emitido en Canal + vemos a una Christina Rosenvinge que no puede disimular su felicidad en ningún plano, es porque no podía estar más satisfecha con la manera que había arrancado su carrera en solitario y lo que había conseguido para su segundo álbum, que en ese momento estaba acabando de mezclar. "Este contrato es un timo y tú aún estás a tiempo de huir / Cuando te vayan a hacer esa proposición / echa a volar y no te pares hasta Madagascar". Lo cantaba en 'El Souvenir', un cuento sobre emancipación femenina que escribió para El Ángel y el Diablo (1989) de Alex y Christina, que no solo se lee desde la óptica de escapar de una vida circunscrita a los peores clichés del matrimonio, sino que sirve para explicar su liberación de aquello en lo que se había convertido el dúo artístico que le hizo conocer el éxito súbitamente. Frustrada por verse más a menudo en los platós de Rock-o-Pop y Viva el Espectáculo al son de música enlatada que dando conciertos, Rosenvinge empezó a componer canciones por su cuenta y Warner apoyó su proyecto más personal. Que Me Parta un Rayo (1992) tenía el sonido flaco y complaciente con el público mayoritario que envenenaba las producciones de finales de los años 80, pero quizás eso mismo suavizó la transición entre la Christina que había encandilado a niños de ocho años y la que cargaba con una guitarra acústica y una chaqueta de cuero. Podía sonar cándida, pero armó un repertorio de diez temas propios que mezclaban pop, canción de autor y rock con alusiones a Lou Reed, The Clash y Billy El Niño, sin complicarse con más acordes de los que suman 'Knocking On Heaven's Door' de Bob Dylan y 'Heart of Gold' de Neil Young. La acogida de la audiencia fue buenísima: Que Me Parta un Rayo fue un superventas en España y un fenómeno en Latinoamérica.

Entre la prensa especializada, no obstante, imperaba el escepticismo por un cambio de discurso al que no daban credibilidad. En esa época, una revista como Rockdelux solo la invitaba a aparecer en una sección donde se entrevistaba con un tono condescendiente y tonto a los artistas patrios que cabalgaban alto en las listas de AFYVE, y aún estábamos muy lejos de ver cómo se la reconocía como autora. Mientras, ella empleaba la evidencia de lo provechoso que había sido para Warner el primer álbum de Christina y los Subterráneos para dilatar su libertad artística y ver satisfechos sus deseos de cara a la producción de su siguiente trabajo. Christina había conocido a Steve Jordan fortuitamente en Sevilla y le tomó la palabra cuando dijo que si alguna vez viajaba a Nueva York le diese un toque. Él tenía una larga trayectoria como batería, pero también había ejercido de productor de los dos discos en solitario de Keith Richards. Tras visitarle y confirmar que había la química adecuada para trabajar juntos, empezaron a colaborar musicalmente y a concretar la pre-producción del disco a finales de 1993. La discográfica le concedió lo que pidió: contar con Jordan -que produciría en equipo con Niko Bolas- y grabar las canciones en Couleurs, un estudio en Auvers sur Oise (la población donde Van Gogh se disparó un tiro en el pecho, a las afueras de París) propiedad de Laurent Thibault, que hasta 1986 había tenido todo su equipo a cinco kilómetros de allí, en el Castillo de Hérouville, donde grabaron artistas como Elton John, Iggy Pop o David Bowie.

Mucho se ha hablado de que los discos difíciles del catálogo de Christina Rosenvinge son los que comprende la denominada trilogía neoyorquina, pero al fin y al cabo esos le valieron el reconocimiento a su singularidad; tuvo que acogerla el underground de otro país para que los críticos empezasen a reconsiderar su talento como compositora y volviesen a calibrar las impresiones sobre su obra anterior. Los años han demostrado que el verdadero disco de culto, el que ahora se reivindica como injustamente ignorado al tiempo que se aprecia como el primer trabajo transgresor de Christina, es Mi Pequeño Animal (1994). "La empecé a escuchar sobre todo con Mi Pequeño Animal, y luego fui yendo hacia atrás", decía Nacho Vegas en 2007, una confesión que a ella le había hecho por correo electrónico muchos años antes, cuando nadie reivindicaba su etapa con Los Subterráneos en voz alta. En otoño de 1994, cuando se publicó el álbum, se apreciaba claramente que el recelo impedía que se le diese una oportunidad. Por supuesto, a Rosenvinge no se la podía encajar dentro de la incipiente escena independiente nacional, pero tampoco se le reconocía la autenticidad en el marco de pop-rock respetable donde cabían autores como Santiago Auserón, Coque Malla, Andrés Calamaro o Mikel Erentxun y Diego Vasallo. Sin querer oír y desestimando su rumbo artístico como una simple pose, era como si subrepticiamente se la quisiera relegar a una vaga asociación con los premios Un Año de Rock, la revista El Gran Musical, Cómplices, Presuntos Implicados y Carlos Goñi. 

Warner se limitó a fabricar ridículos CD-singles para las emisoras de radio -lo hicieron hasta con cuatro de los temas- sin potenciar realmente la promoción de ninguno de ellos. Por un lado, Mi Pequeño Animal se ganó enseguida la fama de ser demasiado radical para los compradores de Que Me Parta un Rayo; y por el otro, el ninguneo de una prensa especializada que, a parte de estar cegada por lo anglosajón, no consideraba a Christina Rosenvinge parte de la generación que iba a traer savia nueva a la música de nuestro país. "Sé que es mucho mas difícil que el anterior, más visceral...", se molestaba en explicar en medios generalistas como el semanario Blanco y Negro, en noviembre de 1994, cuando el recibimiento que tendría el álbum todavía era una incógnita. "Pero es que el riesgo artístico me parece fundamental. Tienes que mojarte el culo si quieres llegar a algún sitio, y creo que es muy importante ser capaz de tirar a la basura todo lo que has hecho anteriormente para volver a empezar una y otra vez. De alguna forma, sé que este disco va a restringir mucho mi público, pero si hubiera incluido una canción que a mí no me gustara, por muy comercial que fuera, habría cometido una grandísima traición contra mí misma que en este momento no me puedo permitir". La verdad es que de Auvers sur Oise se trajo bajo el brazo un disco congruente con esa máxima de autodeterminación. Liderando una nueva banda de músicos afines -Steve Jordan (tocando un poco de todo), Pino Palladino (bajo, guitarra acústica), Simon Fisher Turner (teclados, coros, guitarra) y Steve Bolton (guitarra)-, Los Subterráneos del primer álbum amarillean como las noticias viejas y Rosenvinge suena mucho más segura para insuflar actitud a las composiciones. Su necesidad de enmendar lo inofensivo de Que Me Parta un Rayo se refleja en el sonido de un rock sin concesiones, sin pulir (¿en qué disco publicado ese año en España por una multinacional sonaba una batería sucia como esa?), persiguiendo la pureza de sus héroes de los 70 pero asociándose también al rock contemporáneo que ya ha conocido el abrasador Rid of Me (1993) de PJ Harvey. Christina quizás no llegue a evocar esos paisajes de violencia psicológica en ningún momento, pero hay una definitiva afinidad en unas letras que son simultáneamente más impúdicas y más oblicuas que antaño (es decir, más interesantes y más sofisticadas) y en el empuje físico de las piezas más electrificadas, como 'Mi Habitación', tema de apertura cuyos golpes marcan los tirones de un riff arrastrado por el deseo carnal. "Cintas y cadenas / cola de dragón / es un mal negocio darte el corazón" son los primeros versos que se escuchan en este disco.

En 'Buena Suerte Dani' y 'Mi Pequeño Animal' llega a despertar a la Chrissie Hynde del álbum homónimo de Pretenders, algo que no tiene poco mérito: la primera, donde retrata a un chico empeñado en ser una calamidad para retrasar el salto a la vida adulta, tiene un punto golfo, lúdico; pero 'Mi Pequeño Animal' nos descoloca con un ritmo que añade nervio a lo que es una interpretación sin precedentes por parte de Rosenvinge, consumada desde un encuadre sexual llevado al clímax de celebración cuando la música cambia de clave y canta: "Quiero sentirte / entre mis piernas / como una espada / como una espada". Es de las cuatro piezas que firma sola, sin la colaboración de Steve Jordan, y la impresión que deja es tan fuerte que entiendes que titule el disco con toda la autoridad. Pero no todo es rock descarado. En los medios tiempos tiene oportunidad de lucir su desenvoltura para imaginar melodías que pueden dirigir la narración con ternura y con solemnidad, desde el retrato luminoso de su hermana mayor en 'Días Grandes de Teresa' al vals desconsolado de 'Alicia' (observaciones sobre terceras personas que, como las del protagonista de 'Pálido', remiten a Dylan y a Lou Reed), y consiguiendo impregnar a 'Flores Raras' y a 'Días de Tormenta' (otras dos composiciones exclusivamente suyas) de un aire de fragilidad, a pesar de estar exponiendo golpes bajos que podían transformarse en simple rencor. Los vientos de influencia latina que soplaban en canciones antiguas como 'Alguien que Cuide de Mí' o 'Señorita' refrescan en 'Muertos o Algo Mejor', una ranchera grabada al aire libre que concluye el disco con un punto álgido de vulnerabilidad.

Como otros compositores, Christina Rosenvinge ha señalado varias veces que las canciones anticipan hechos que tienen lugar en la vida del autor tiempo después. La penúltima pista de Mi Pequeño Animal es un experimento en el que un esqueleto de ritmo y recitado de voz se va viendo invadido por capas de confusión y la sensación de caos. "Mis viejos sueños han caducado / como una botella de leche / y los nuevos se han perdido / sin que nadie los aproveche / Al fin sola, al fin loca". Es curioso; seguro que tenía algo distinto en mente cuando los inmortalizó en papel por primera vez, pero estos versos bien sirven para resumir cómo la incomprensión puede ser el precio a pagar por preferir "cometer mis propios errores antes que materializar los errores de los demás". Con este álbum, como decía el título de un disco de tributo a Rosenvinge que se publicó en 2006, Christina no cometió un error. Casi, casi la hicieron dudar.

Para escuchar en Spotify:

Comentarios

julio ruiz ha dicho que…
Yo me sé de uno que siempre estuvo ahí...reconocido por la propia Christina en la entrevista del otro día...Un saludo, Estanis...Muy acertada tu exposición.

Julio Ruiz
Estanis Solsona ha dicho que…
Julio, qué ilusión leer tu comentario, te lo agradezco. Efectivamente, toda norma tiene sus excepciones, pero en el paisaje generalizado Christina vio cortadas sus alas de muchas formas en esa etapa, como bien sabes. Un abrazo.
julio ruiz ha dicho que…
Así es la vida...Quien miraba de soslayo al poco tiempo abría la boca... de admiración. Y los prejuicios, volando por los aires. Por eso hace bien ufanándose Christina de cómo se ganó su "nueva" reputación a puro pulso porque nadie la regaló nada.