Tarde o temprano: Juliana Hatfield - "Made in China" (2005)

Hace una semana, Stereogum nos sorprendía con un extenso artículo, al estilo de los que se estructuran como una observación del antes y el ahora, sobre los artistas que pusieron la ciudad de Boston en el mapa del pop-rock alternativo al principio de la década de los 90, aprovechando que muchos de ellos -Buffalo Tom, Evan Dando, Letters to Cleo, Belly- actuaron juntos recientemente en un concierto benéfico para la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles. El ensayo llega a su final con el testimonio de Juliana Hatfield que, un poco como el resto, explica lo extraño que fue tener la oportunidad de capitalizar un éxito comercial repentino y verlo desvanecerse a muy corto plazo. Esa atención interesada de los medios sobrepasó a todos y con la metamorfosis -la caída- del negocio musical piramidal de hace 25 años ahora conducen sus carreras desde lugares menos esclavizadores o potencialmente inestables. Lo curioso es que Juliana, que la semana pasada también sacó a la calle el disco Pussycat (2017), acaba diciendo: "Venderme es difícil. Me da igual. ¿Por qué tendría que importarme? ¿Qué puedo hacer llegados a este punto? Podría pasar algo de chiripa. Podría tener un 'Walk On the Wild Side' (...). Podría pasar. Probablemente no pasará". Anteayer me iba a dormir leyendo la última de varias reseñas positivas que ha recibido el disco, y venía nada menos que de Pitchfork, un medio del que es tan justo destacar que es influyente dentro de la crítica musical como que no hace prácticamente nada por artistas como ella. Pensé si, por lo que fuese, este consenso ante Pussycat iba a traerle a Juliana Hatfield algo que se acercase a esa retribución de chiripa que imaginaba conversando con Stereogum. Más allá de unas canciones de pop-rock melódico bastante limpito, lo que ha gustado mucho entre los cronistas son unas letras ácidas, a veces de puro enfado y otras por un perverso deseo de castigo y humillación, que escribió rápidamente después de que Donald Trump ganase las últimas elecciones en los Estados Unidos y le inspirase un disco que es más anti-sexismo y anti-patriarcado que anti-presidente. El clima social en su país propulsó la espontaneidad de toda una operación: en un mes redondeó las canciones, en dos semanas las grabó y en un plazo de tres meses desde que salió del estudio ya están en la calle. 

Escucho Pussycat y es agradable; más inspirado que algunos de sus discos más recientes, aunque me sigue pareciendo que de unos años para aquí se ha acomodado en una fórmula demasiado clásica y correcta de pop-rock a la que le faltan sobresaltos y le sobran clichés de estilo. Y no es una cuestión de repudiar sus discos más fáciles para el oído, porque desde una perspectiva más acústica y puramente pop ahí está algo irreprochable como Beautiful Creature (2000). Pero su producción en su última etapa ha sido, para mi gusto, especialmente irregular. Así que, sin darme cuenta y tras no ver satisfecha mi sed de sangre caliente con el último, regreso a Made in China (2005), un álbum que muchos críticos liquidaron y que oí por primera vez el verano pasado mientras terminaba el libro de memorias que Juliana publicó en 2008. "Hatfield va a cumplir 40 pero sigue atrapada en la adolescencia" o "es un desastre descuidado, infantil, contradictorio" son algunos de los azotes que recibió en las reseñas, pero en la hoja de prensa venía aprobado por uno de sus héroes, John Doe, cantante y guitarrista de la banda californiana pionera de punk-rock X: "Un disco terroríficamente oscuro y bonito que está lleno de canciones y guitarras crudas, angulares y verdaderamente brutales. No hay duda de que esta es 'Una Mujer Bajo la Influencia' [refiriéndose al film de John Cassavettes], aunque no estoy seguro de qué"


Al principio, escuchar el deliberado enfoque sucio de este álbum -que es un islote entre producciones azucaradas de su discografía durante la década de 2000- me hizo recibirlo con suspicacia. La culpa es de Total System Failure (2000), un disco anterior que también planeó expresamente bajo los parámetros de la distorsión y la dejadez; una especie de monografía sobre la facción white trash de la sociedad americana que resultó en las letras más insustanciales de su carrera mezcladas con las canciones más feas, como si el fruto de su estudio fuese tan mediocre como el sujeto. Quizás los críticos que tacharon a Made in China de impúdicamente pueril deberían darle una escucha al otro para entender dónde encajan mejor sus valoraciones más viles. Made in China era otra cosa; para empezar, su trabajo más natural, despierto y dinámico en conjunto desde Become What You Are (1993), que publicó bajo el nombre de The Juliana Hatfield Three. Como en aquel, aunque aquí la formación de músicos no sea fija, la banda se reduce a lo básico y la simplicidad eléctrica favorece a un repertorio inmediato, con giros ingeniosos cuando no directos y con nervio. Pero la ausencia de la candidez que aún tenía cuando estaba a la mitad de la veintena es lo que mejor define el abismo entre un disco de 1993 y el de 2005. ¿Por qué se llevó alguien la impresión de que Made in China era un producto frívolo y con un espíritu inapropiado para una mujer que iba a enfilar los 40? Para empezar, probablemente, porque se perdió la mordacidad del tono con el que hacía crónica de su relación sentimental de aquel momento y de su lugar en el panorama musical en el nuevo milenio.

Juliana estrenaba su independencia discográfica tras agotar el contrato que tenía con el pequeño sello Zoë -la multinacional Atlantic se había deshecho de ella ya hacía mucho, en 1997- y se daba cuenta, finalmente, de que el éxito del que disfrutó en los 90 no podía ser el baremo sobre el que midiera todo lo que hiciese, aunque siguiese tentada a dañarse por ahí. "Por mucho que intente ignorarlo, no puedo... y por mucho que diga y crea de verdad que estoy más cómoda alejada del ojo público, me afecta. A veces duele que te ignoren", decía en 2005. El disco inauguraba su propio sello, Ye Olde Records, y marcaba el nacimiento de la Juliana Hatfield que habla en 2017 con Stereogum, la artista que ha catado la autogestión y ha acabado haciendo de la música un oficio alejado de la maquinaria del negocio a la vieja usanza. La misma decisión de poner en la portada una foto de su torso desnudo, donde se ve parte del pecho, fue su manera de hacer comentario sobre la objetificación de las artistas como requerimiento para hacerlas más vendibles. Su electrificado discurso al respecto tiene en 'What Do I Care' su pieza central y más excitante; sobre la disonancia maleducada de las estrofas, dice "Fabricada en China, para las masas / barata y de plástico, somos millones, sí / (...) Devuélvesela a los postureros que lo fingen / Succiona la leche de las lilas", y en la descarga de un estribillo pérfido remata: "¡Qué coño! Es un milagro que aún esté aquí / estáis por encima de mí, pero me da igual / ¡a mí qué me importa!". 'Going Blonde' hace parodia de las artistas que se prestan a abaratarse (menos de minuto y medio de pop-punk con tono mocoso) pero en 'New Waif' adquiere un matiz reflexivo para describir lo triste de la que es directamente un producto: "Ella supo que le encontrarías la canción perfecta entre dormida y despierta / mediante simples verdades como que hay sangre en las calles / el azúcar es dulce y el cielo es azul".

El punto extra de jovialidad que tanto desequilibró a los críticos vino dado por las canciones que giran entorno a la relación sentimental que mantenía con Joe Keefe, jovencito de 23 años y guitarrista en el disco. Juliana hace una crónica sencilla pero interesante de las cosas que se experimentan en una relación intergeneracional como esa, desde el deseo irrefrenable ('My Pet Lion') a la extrañeza por encontrarse en sitios rodeada de gente más joven ("Si me llevas a una fiesta / y todo el mundo se sabe las canciones menos yo / cantaré; la la la la...", en 'Digital Penetration'; provocador título). Habría quien se tomaría al pie de la letra esos versos de 'Stay Awake' donde dice "Hoy no quiero ir al colegio / solo quiero tocar la guitarra todo el día" (cuando en realidad toda la canción parece estar narrada desde la perspectiva de él) y se quedaría con la sensación de que Hatfield intentaba capturar una versión inventada, inmadura a esas alturas, de sí misma, pero nada más lejos de la realidad. Ahí están la crujiente 'Oh', 'Rats in the Attic' ("Tengo impulsos asesinos") o 'Hole in the Sky' (la única guitarra acústica que suena en el disco y lo hace como si fuese casi una grabación a traición) para ilustrar que más allá de la adrenalina hay sitio para la introspección. 'A Doe and Two Fawns' podía haber cerrado Made in China con ademanes lo bastante sugerentes, pero un álbum que busca irritar un poco como éste solo podía acabar con la displicencia repetitiva hasta lo exasperante de 'Send Money': "Sálvate tú / si quieres rezar por mí / dile a Dios que me mande algo de pasta". Y lo decía en un momento en que le hacía falta.

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